Travesuras casi inocentes

Publicado el 1 de octubre de 2025, 15:37

Durante las vacaciones del pasado mes de agosto, acepté una invitación que llevaba tiempo esperando: pasar unos días en la casa de mi amiga Noe en Fuengirola. Noe, que se había divorciado hacía un par de años, había encontrado el amor de nuevo durante unas vacaciones en Málaga. Su nuevo marido, Alessandro, era un italiano de unos 50 años, también divorciado y padre de dos hijas. Noe siempre hablaba maravillas de él: un empresario exitoso en la industria del diseño de interiores, culto, romántico y muy generoso. Vivía en Bolonia, pero su amor por la costa malagueña lo llevó a comprar una casa en Fuengirola, donde pasaba largas temporadas con Noe. Se conocieron en un chiringuito al atardecer, y según ella, fue amor a primera vista. Este año, se casaron en una ceremonia íntima en Bolonia, y ahora dividían su vida entre Italia y la soleada Málaga.

 

Noe no paraba de insistir en que conociera a Alessandro, y yo, intrigada por sus descripciones, no pude resistirme a la idea de ir a verlos. Así que allí estaba, en su acogedor apartamento con vistas al mar, lista para disfrutar de unos días de sol, playa y buena compañía.

 

Desde el momento en que conocí a Alessandro, entendí por qué Noe estaba tan enamorada. Era un hombre carismático, con una sonrisa cálida y una conversación que fluía sin esfuerzo. Hablaba con pasión sobre arte, viajes y la buena comida italiana, siempre con un toque de humor que hacía que todos a su alrededor se sintieran cómodos. Y, para qué negarlo, era atractivo: alto, con el pelo salpicado de canas, ojos oscuros y una elegancia natural que no pasaba desapercibida. Me alegró ver a mi amiga tan feliz con alguien que parecía tan especial.

 

Pero, desde el primer día, noté algo. Las miradas de Alessandro. No eran descaradas, pero había una intensidad en ellas que no podía ignorar. Un roce visual que duraba un segundo más de lo necesario, una sonrisa que parecía dirigida solo a mí. Las mujeres notamos esas cosas, y aunque no quería admitirlo, me resultaba intrigante y halagador.

 

El segundo día por la tarde, Noe tuvo que salir a devolver unas compras al centro comercial. Como sabe que tardo mucho en arreglarme, «lo confieso, puedo ser muy pesada», me dijo que mientras ella iba a la tienda, yo me fuera vistiendo.

 

—Vuelvo enseguida, vete preparando para que salgamos a tomar algo —dijo antes de cerrar la puerta.

 

Alessandro y yo nos quedamos solos. Él estaba en el salón, viendo algo en la televisión italiana. El apartamento era pequeño, con un baño principal en el dormitorio de ellos y otro más pequeño en el pasillo, que era el que yo usaba.

 

No sé qué me pasó, pero mientras me dirigía al baño, una idea traviesa cruzó mi mente. Quizás fue la tensión de sus miradas acumuladas, o tal vez solo quería jugar con el límite. Decidí ducharme dejando la puerta entreabierta, apenas una cuarta, lo suficiente para que fuera un descuido creíble, pero también una invitación tácita.

 

Me quité la ropa lentamente, consciente de cada movimiento, y entré en la ducha. La mampara de cristal era transparente. Es cierto que me excitaba el juego, pero calculaba que las posibilidades de que él se diera cuenta de mi travesura eran mínimas. Mientras el agua templada caía sobre mi piel, no pude evitar mirar de reojo hacia la puerta. Entonces lo vi. A través del reflejo del espejo, ahí estaba Alessandro, escondido tras la puerta entreabierta, observando en silencio. Mi corazón dio un vuelco, pero no de miedo, sino de una excitación que no podía controlar. Saber que me miraba, que estaba allí, en la penumbra, sin atreverse a cruzar el umbral, me calentó.

 

Decidí seguir el juego: me moví con calma, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo, sabiendo que cada gesto era parte de un espectáculo silencioso. No dije nada, no hice nada para detenerlo. La adrenalina de ser vista, de jugar con lo prohibido, era abrumadora.

 

No sabría decir cuánto tiempo estuvo allí, tal vez apenas unos minutos. Cuando cerré el grifo y salí de la ducha, ya no estaba. Me envolví en una toalla que se pegaba a mi piel caliente y, de camino a mi habitación, crucé frente al salón. Alessandro aparentaba mirar la televisión, aunque su postura rígida lo delataba.

 

—¿Ha llegado Noe? —pregunté con calma, apoyándome en el marco de la puerta.

 

No contestó de inmediato. Sentí el peso de su mirada recorriéndome, lenta, descarada, deteniéndose en mis muslos desnudos, ascendiendo hasta la curva apenas cubierta de mis voluminosos pechos. La toalla me llegaba a medio muslo, demasiado corta para ocultar la insinuación de mi cuerpo húmedo.

 

—No, aún no ha llegado —respondió al fin, pero su voz sonó ronca, quebrada por el deseo que no lograba disimular.

 

Nuestros ojos se encontraron. Él no apartó los suyos; ardían en una promesa silenciosa, peligrosa. Sentí que la cuerda invisible entre nosotros se tensaba al límite, y comprendí que un paso más bastaría para quebrar todas las barreras.
Sabía que, si cedía un segundo más a ese juego, los límites se desvanecerían, y ya no habría marcha atrás. Para mí era apenas un juego inocente, una provocación que alimentaba el ego y encendía la piel. Pero dentro de mí también habitaba la certeza: no quería traicionar a Noe. Aunque el magnetismo de Alessandro me atraía como un fuego prohibido, aunque su sola presencia me despertaba deseos que no debería sentir.

 

Y aun así, al apartar la mirada, supe que había abierto una puerta que quizás no lograría volver a cerrar del todo.

 

Me metí en mi dormitorio y, mientras me subía las bragas con las manos todavía temblorosas, escuché la puerta de la calle: era Noe, de vuelta, despreocupada, ajena a todo. 

 

Esa noche salimos los tres. Noe reía, feliz, brindando por cualquier excusa, mientras Alessandro contaba anécdotas de Italia con ese encanto natural suyo. Yo fingía que no había pasado nada, pero cada vez que nuestras miradas se cruzaban sentía un cosquilleo recorrerme entera, como si me desnudara otra vez frente a él. Era un juego silencioso, un roce invisible que nos mantenía conectados mientras ella hablaba.

 

No sé si me arrepiento. Lo único cierto es que aquel fin de semana en Fuengirola dejó una chispa prohibida que todavía hoy, al recordarla, vuelve a encenderme.

 

  • ¿Y tú… alguna vez has jugado con el peligro sabiendo que no debías?
  • ¿Has sentido el morbo de hacer algo prohibido… solo porque alguien podía descubrirte?
  • ¿Has dejado que alguien te mirara cuando sabías que no estaba bien?
  • ¿Cuál ha sido tu secreto más excitante, ese que nunca confesaste a nadie?
  • ¿Te atrae más la idea de ser quien espía… o quien es espiado?
  • ¿Has jugado con fuego a propósito, solo por sentir la adrenalina?

 

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Comentarios

Isa
hace 2 días

confieso que yo también me he duchado Confieso que yo también he dejando la puerta entreabierta, solo para ver si alguien se atrevía a mirar. En mi caso un amigo de mi hermano. No pasó nada… pero la adrenalina de pensar que podían verme me puso a mil. Creo que me excita más ser observada que observar

Paul
hace 2 días

En mi caso fue hace unos años y fue con una amiga de mi madre. Mi madre le había dado ropa que no le servía y ella se la probó en el dormitorio de mi madre... Que paja le dediqué ese día. Todavía recuerdo verla en bragas por detrás, tenía un culo que me la puso como un trabuco. Ella se giró y me vio observándola con cara de tonto, me sonrió y me guiñó un ojo, pero no le dijo nada a mi madre.Desde entonces me convertí en mirón

Tur
hace 2 días

A mi me paso algo parecido con una amiga de mi madre, la pillé en el vater terminando de mear, justo cuando se subía las bragas. No cerró bien el cierre. Tenía un matojo de pelos que no se va de la cabeza, la de pajas que le han caido.

Altamira
hace 2 días

Eres una calienta-pollas, y lo sabes.Lo cuentas como si fuera un juego inocente pero bien que disfrutaste sabiendo que te miraba.Y aunque digas que lo hacías por ego,todos sabemos que eso también te excitó

Juani
hace 2 días

Si fuera tu amiga y supiera esto, no me haría ninguna gracia. Una cosa es coquetear en un bar, y otra hacerlo con el marido de tu mejor amiga. Eso ya es pasarse de la raya

Pene
hace 2 días

Seguro que te dedicó un buen pajote mientras te duchabas y luego por la noche cuando llegarais a casa le debió hechar un polvo a tu amiga en tu honor. Incluso pudo que te hiciera alguna foto con el móvil

Nekane
hace 2 días

Mi novio me metió los dedos durante una comida familiar en casa de mis padres, creo que no he estado tan berraca en la vida. Adoro el peligro

David
hace 2 días

Lo mas prohibido q he hecho es dejar entrar a mi mejor amigo al dormitorio de mi hermana cuando no hay nadie. Ella esta buenisima y colega está loco por ella y lleva años detrás. Yo me pongo como una moto cuando él mira sus tangas en los cajones.

Bukanero
hace 2 días

Joder como me pones Deva, incluso con relatos en los que no hay sexo consigues ponermela dura

Gr
hace 2 días

Seguro q te lo terminaste follando, podías contarlo y no dejar a medias la historia

Manel
hace 2 días

Deva siempre es más excitante por lo que se calla que por lo que cuenta.

Lau
hace 2 días

Mi pecado más morboso es con la pareja de la madre de mi Marido. Ella está divorciada de mi suegro hace muchos años. Reconozco que mi suegra me caer como el culo y que su novio tiene cierto encanto. La primera vez fue en una casa rural donde estábamos alojados y compartíamos baño. Yo sabía que después de mí se iba a duchar él y deje mi tanga como olvidado encima del mueble del lavabo. Cuando él terminó entré y el tanga no estaba. El muy cabrón se lo llevó. Me dio tanto morbo que estuve cachonda todo el fin de semana

Pepin
hace 2 días

Ojala todas fueran asi de zorras

Marcos
hace 2 días

Hola Olivia como siempre consigues hacernos sentirnos como un personaje mas de la historia. Todos en alguna manera hemos vivido o provocado situaciones asi el chupe de adrenalina que se consigue es altísimo.

V
hace 2 días

Me ha encantado, te he imaginado en esa ducha detrás de la mampara... genial

Niko
hace 2 días

Gracias por compartir parte de tu trabajo gratis

Isma
hace un día

Mi mayor pecado es mi cuñada, con la que llevo acostándome desde hace años. Lo cierto es que esa relación de la que he intentado a menudo distanciarme sin conseguirlo, ha marcado mi vida, A día de hoy con 46 años sigo soltero pues no puedo evitar estar enamorado de esa mujer. Lo peor son los sentimientos negativos que tengo hacía mí por traicionar a mi hermano, y lo segundo peor, es cuando ella misma me confesó que engañaba con otros hombres a mi hermano... Sentí celos y rabia, pero sigo atrapado y sin poder contárselo a mi hermano

Dulce
hace 2 horas

Todos o casi todos nos mantenemos en ese equilibrio entre lo que pensamos que está prohibido y lo que no excita. En mi caso me pone a mil cuando voy de paseo con mi marido, y noto la mirada de otros hombres en mi escote o en mi culo. Mi marido no sabe nada de ese morbo que siento, y lo curioso es que cuando no está él conmigo y noto que me miran, no es lo mismo