
AVISO: Este texto contiene erotismo explícito, dominación y referencias a la infidelidad.
«Braguitas Blancas» nació de una necesidad íntima: desnudar lo que la sociedad tapa bajo el disfraz de familias perfectas, maridos responsables y esposas ejemplares. Hogares blancos. Siempre me ha atraído narrar lo que late tras esas paredes: la infidelidad como un secreto húmedo, un pecado delicioso que nunca se confiesa en voz alta. Pero lejos de verla como un fallo moral, yo vivo la infidelidad como un motor erótico. El verdadero morbo está en lo que se hace a escondidas: las braguitas empapadas bajo la mesa del comedor, el roce rápido en un pasillo, la embestida contenida en un cuarto cerrado mientras la casa sonríe de puertas afuera. Es en esa tensión donde la transgresión se vuelve obscena, donde el deseo arde más fuerte que la costumbre.
Una casa perfecta no se quiebra sola: basta una cerilla encendida, un polvo prohibido, para prender la llama.
Mi obsesión por la familia, el adulterio, la dominación y esas traiciones que se consuman en silencio me acompañan desde siempre. No me interesa vestir mis historias de romanticismo; lo que me atrae es su crudeza, la embriaguez de un beso robado a escondidas, el vértigo de llegar a casa sin bragas o con un chupetón en el cuello. Me excita esa humillación que se retuerce y se convierte en placer, esa vulnerabilidad que, paradójicamente, da todo el poder en una relación.
Todo eso es lo que encierra esta novela. Son las bragas chorreando bajo una falda en la cocina, esas sábanas conyugales, manchadas después de correrse con otro, los gemidos tapados contra la almohada para que los vecinos no escuchen cómo la follan. Porque, al final... ¿Qué sabemos realmente de nuestras parejas?
Personajes de «Braguitas Blancas»
Esther
Ella es la esposa clásica y ejemplar que todos conocen: madre abnegada, ama de casa impecable, siempre correcta en la calle y atenta en casa. Pero cuando las hijas marchan al colegio y el marido se va a trabajar, la casa queda en silencio… y es ahí donde su verdadero cuerpo despierta. «Sus braguitas blancas» se empapan pensando en pollas ajenas: en la del vecino que la saluda con una sonrisa al sacar la basura, en la del amigo de su marido que la mira demasiado, en la del desconocido que podría tomarla contra la encimera sin quitarle la ropa.
Esther se acaricia frente al espejo de su dormitorio, baja la mano entre las piernas y, con los dedos mojados, se imagina cómo sería correrse con otro hombre. Después lava las braguitas en silencio, como si nada hubiera pasado, mientras espera la llegada de su esposo perfecto, al que jamás confesará cómo gime cuando se queda sola.
Antonio —el marido de Esther
Antonio es médico, competente, dueño de una confianza que seduce y, al mismo tiempo, protege. Pero detrás de esa fachada hay soberbia pura: la convicción de que ser hombre le otorga el privilegio de follar fuera del matrimonio sin el menor arrepentimiento. Le gustan las mujeres jóvenes, casi siempre enfermeras recién salidas de la universidad que suspiran por él en el hospital. También siente una atracción irresistible por algunas de las amigas de su hija. Después vuelve a casa convencido de que sigue siendo un esposo ejemplar.
Víctor —el vecino
Víctor no es solo el recién llegado a la urbanización: es el tipo que descoloca todo a su alrededor. Alto, tatuado, con la chaqueta manchada de grasa y ese olor a cuero mezclado con colonia que se queda en el aire después de pasar. Su sola presencia rompe la calma burguesa del vecindario.
Es un pecado con piernas. El hombre con el que las esposas más decentes fantasean cuando friegan los platos: clavadas contra la encimera, folladas como nunca lo han sido. Es ese macho dominante, esa mezcla peligrosa entre rudeza y ternura: capaz de empotrar sin piedad y, segundos después, besar como si lo único que importara fuera tu piel. No cree en la moral, no respeta las reglas, y esa falta de límites es lo que lo vuelve tan adictivo. Con un hombre así, el sexo deja de ser seguro y se convierte en riesgo, y eso es exactamente lo que lo hace irresistible.
Mercedes —la mujer de Víctor
Mercedes es guapa y elegante como una navaja con empuñadura de terciopelo: suave al tacto, pero siempre lista para cortar donde más duele. Puede parecer sumisa y servil… pero que Dios nos libre de las mujeres sumisas. Lo controla todo —desde su sonrisa hasta el movimiento de sus manos— y detrás de esa calma glacial se esconde una mujer que disfruta jugando con el morbo y la seducción como si fuera un tablero de ajedrez, donde todos son los peones y ella es la única reina.
Culta, sofisticada, con porte aristocrático, nacida en buena cuna, tiene una moral lo bastante retorcida como para usar la humillación como afrodisíaco. Conoce el poder que posee y lo aplica con sutileza: un cruce de piernas, un comentario lanzado en el instante justo, una mirada que dura justo un segundo más de lo necesario.
Ángela
Se mueve por el hospital con la precisión de quien sabe el deseo que su cuerpo despierta. Lleva el pelo recogido, la piel fresca y un rastro de perfume que mezcla jabón neutro con un leve tono mineral. Es muy joven, pero su mirada carece de la indecisión propia de la inexperiencia.
Casada y madre. Cría a su hijo con manos prácticas y una sonrisa domesticada, mientras esconde detrás de esa fachada una economía íntima: sabe transformar la atención masculina en ventaja, el calor ajeno en favores, la curiosidad en información. No es una aprovechada vulgar: es una especuladora del deseo, administradora de la fascinación que provoca. Desde muy temprano aprendió que su cuerpo habla antes de que ella abra la boca, y también que las miradas se pueden cobrar, que los silencios se pueden transformar en regalos, que un gesto sostenido puede suspender la voluntad de cualquiera el tiempo justo que a ella le de la gana.
Pedro — el marido de Ángela)
Pedro es un animal domesticado por su esposa, pero basta con mirarlo para descubrir la fiera que habita bajo esa correa. Con su cuerpo grande, las manos duras y la mirada que te taladra sin compasión, sabe acariciar con ternura a la vez que reclama lo suyo con una ferocidad obsesiva.
Con Ángela, Pedro no conoce término medio: o la odia o la quiere follar hasta dejarla sin aliento. Se enciende de rabia si cree que otro la mira, pero esa misma idea lo empalma. Sus encuentros son puro instinto: manos que la sujetan como si fuera a escaparse, embestidas urgentes, besos que muerden. Pedro necesita poseerla, hacerla gemir hasta convencerse de que sigue siendo suya, y en esa necesidad brutal se esculpe todo su erotismo.
Almudena —la hija de Esther
Recién estrenada su mayoría de edad, es esa mezcla peligrosa de frescura y provocación consciente. Su belleza, aún «sin pulir», rezuma sexualidad: un imán natural que se mueve entre la inocencia fingida y la puesta en escena de quien sabe que la miran. Juega con los pliegues de su cuerpo, midiendo cada sonrisa, cada falda que se sube más de lo debido, cada silencio que coloca en el aire para que se cargue de tensión. En la novela descubre que el sexo no es solo un acto mecánico, sino una fuerza capaz de despertar lo prohibido y lo oculto.
Almudena enciende miradas de chicos de su edad, pero también la de hombres maduros que preferirían no sentir lo que sienten y, sin embargo, no pueden dejar de desearla.
César —el novio de Almudena
César es el típico chico guapo educado, el marido perfecto que toda buena madre desea para sus hijas. Un romántico empedernido, ingenuo hasta la médula, con cara de santo. Y, precisamente por eso, está condenado a ser el cornudo ideal: carne de cañón para que su futura esposa folle con otros mientras él sonríe creyendo que el amor es lo más importante.
Esther lo tenía todo: un marido perfecto, dos hijas encantadoras y una vida impecable. Pero el deseo despierta sin permiso, y en su vecindario los secretos arden: un vecino tatuado que la arrastra a la tentación, miradas prohibidas entre adolescentes y encuentros clandestinos que podrían destruirlo todo. Nadie es inocente en Braguitas Blancas.
El juego ya no tiene freno: Esther cae bajo el poder de Víctor, Mercedes mueve las piezas en silencio y Almudena descubre el deseo en miradas prohibidas. Entre celos, juventud ardiente y pasiones que devoran, todos arriesgan más de lo que pueden perder. Braguitas Blancas II: el desenlace explosivo de una bilogía prohibida.
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Comentarios
Enhorabuena por tu nueva novela, me ha encantado. Me ha parecido muy morbosa, sin duda Mercedes es mi personaje favorito. Espero que te decides a hacer una tercera parte, todavía podrían ocurrir muchas cosas en la urbanización. Besos guapa
Estoy manos a la obra, terminando la primera parte, muchas gracias por tu trabajo, me está encantando
Precisamente este fin de semana que tengo guardia, aprovecharé para comenzar a leerla, seguro que está a la altura de tus libros anteriores
Me encantaría que alargaras un poco más el chicle e hicieras una tercera parte, sin duda podría ser una trilogía muy importante. Ha quedado ahí... algo entre Victo, Esther y Almu... Y también entre la amiga de Almu y Antonio, que solo pensarlo también se mojan mis braguitas blancas ahahahhhh No quiero entrar en detalles por no destripar argumento, pero piénsalo
Me ha gustado mucho, pero mi preferida sigue siendo seducida por el amigo de mi hijo. Para cuando una segunda parte de esta novela... También me encantaría que hicieras algo con Infidelidad Obsesiva, una vez te leí decir que pensabas hacer una novela partiendo de los relatos
Que mente más pervertida y retorcida tienes... Mercedes me pone super cachondo, y la historia con su sobrina, y los flashback del internado sacaron lo peor de mi. O lo mejor, no estoy seguro. Decirte que me encanta tu mundo interior. Adoro todas tus novelas y cada uno de tus relatos. Siempre a tus pies
hola en estas novelas la tematica es similar a las demás pero con un notable desarrollo literario. se nota muchisimo el trabajo de creacion de personajes, abandonar las escenas explícitas, etc personalmente considero que el siguiente paso es salir del refugio de la literatura erotica y volver a escribir en otros generos.
Sinceramente pienso que hay dos obras que reflejan tu madurez como escritora. Una es "la musa de la obsesión" y otra es "braguitas blancas" Para mí, ambas novelas son sublimes. Tanto por el argumento, por la creaación de unos personajes mucho mas complejos, dialogos mejor estructutrados y una narración más elegante. Pero dicha evolución mantiene al cien por cien tu sello más personal, que caracterizan todos tus trabajos y que espero que no pierdas por el camino; la frescura con la que consigues transimitir y hacer vivir al lector las emociones de los personajes. Un saludo con todo mi cariño y admiración literaria
totalmente de acuerdo con tu comentario pero pienso que el género ya se le queda pequeño
Has pensado en hacer una especie de spin-off con algunos personajes de la novelas? Creo que Mercedes/Vítor te darían para una novela muy interesente. Un beso guapa