Diario de unas vacaciones. La potencia de los hombres maduros.

Publicado el 27 de julio de 2025, 21:26

Como muchos sabéis, mi esposo y yo estamos pasando unos días de vacaciones que durarán, en mi caso, hasta el cuatro de septiembre. Por desgracia, mi marido tendrá que incorporarse al trabajo un poco antes.

 

Estamos aprovechando que no hace demasiado calor para hacer muchas cosas que nos gustan: recorrer el interior de España, perdernos por castillos medio olvidados, visitar iglesias románicas, catedrales, palacios, exposiciones, museos locales con más encanto que prestigio… Mucha agenda cultural, pero también estamos visitando a algunos de nuestros amigos. Pero hoy no quiero hablaros de arquitectura ni de historia. Ni de encuentros liberales, ni de sus fiestas… Quiero hablaros de Hans.

 

Hans es un jubilado alemán que conocimos por casualidad en uno de esos Irish Pubs que simulan ser tabernas irlandesas, con madera oscura, buena cerveza y música rock suave que no impide conversar. Un sitio agradable, con cierta penumbra acogedora y esa mezcla de olores entre cebada y cuero viejo que tanto me gusta.

 

Nos sentamos cerca de la barra. Hans estaba solo, leyendo un libro en inglés mientras bebía una pinta de Guinness. Era imposible no fijarse en él. A pesar de estar jubilado hace unos años, por lo tanto, ya no es un jovencito; es un hombre alto y fuerte como una montaña de roca, teniendo uno de esos cuerpos que envejecen con dignidad, gracias a una buena genética y a una disciplina férrea.

 

Fue mi marido quien inició la conversación, atraído por el libro que leía. Y Hans, con un español delicioso lleno de acento, levantó la vista y sonrió. Lo hizo con una sonrisa limpia, segura, de esas que no necesitan demostrar nada.

 

Nos contó que estaba divorciado y que vivía entre dos casas: una en la costa malagueña, frente al mar, y otra en las afueras de Madrid. Que se había enamorado de España muchos años atrás, cuando venía de vacaciones. De la luz, del sol, del carácter, de la gastronomía y de nuestros bares; del vino y de las mujeres, que según él nos comportamos de forma más libre, siendo mucho más cariñosas y calientes. Por lo tanto, cuando se jubiló, lo tuvo claro. Pero él no quería vivir como un alemán en Mallorca, él quería integrarse, y deseaba hacerlo como si fuera un español más.

 

Nos reímos, brindamos y seguimos hablando durante horas. Yo no podía dejar de admirarlo, y a él le pasaba lo mismo conmigo. Podía notárselo pese a la presencia de Enrique, mi esposo.

 

Había algo en su voz grave, en su forma de escucharme sin interrumpir, en esos silencios medidos que dejaban espacio al deseo, en las frases breves que no necesitaban adornos. Me ponía tremendamente cachonda.

 

No sabría decir en qué momento exacto empezó a pasar. Solo sé que a lo largo de la noche los roces sutiles se fueron volviendo caricias disfrazadas. Que cada vez que reía, él me miraba. Y cada vez que hablaba, se inclinaba hacia mí como si el resto del bar desapareciera.

 

En un momento, mi esposo se levantó para ir al baño. Hans no tardó ni un segundo. Se acercó un poco más a mí, hasta que noté su aliento tibio en el cuello.

 

La mano se apoyó en mi espalda. Nada exagerado. Pero el calor de su palma, su proximidad, su presencia física, me atravesaron.

Sentí cómo se me erizaba la piel. Cómo mis muslos se cerraban por instinto.


Cómo la humedad empezaba a crecer despacio en mi ropa interior, como si algo se abriera sin permiso dentro de mí.

 

—Eres una mujer muy atractiva —me susurró al oído, con esa voz suya que parecía salida de una película antigua.

Lo dijo despacio, con la boca casi rozándome la piel, como si no fuera la primera vez que me lo decía. Como si ya me conociera de antes, de otra vida. De otra cama.

 

Sentí cómo se me tensaban los pezones bajo la blusa. Cómo algo dentro de mí respondía al instante, sin filtros, sin educación.

 

—Y esos pantalones tan cortos… —añadió, bajando la voz aún más—. No tienes ni idea de lo bien que te marca el culo.

 

Tragué saliva. Sonreí, pero no dije nada. No podía. Porque si hablaba, me traicionaba. Porque tenía el coño ardiendo y las piernas en llamas.

 

—No te imaginas cuánto me gustaría darte un azote —continuó, al comprobar que yo no me escandalizaba.

 

Me eché a reír. Esa risa nerviosa que una finge para disimular que está completamente empapada. Miré hacia el baño. Mi esposo aún no regresaba. Jugué con esa ambiguedad, cuando un hombre no sabe todavía, que mi esposo es un gran cornudo consentidor.

 

—Qué exagerado eres —le dije, dándome la vuelta, girándome ante él con media sonrisa, como quien se expone sin del todo quererlo.

 

Fue entonces cuando lo hizo.

 

Su mano descendió por mi espalda con decisión, bajó más allá de lo permisible, me agarró una nalga con fuerza, como si le perteneciera desde siempre. Y sin que me diera tiempo a decir nada, me dio un azote seco. Firme y seco. Exacto. Como él.

Un sonido limpio, contenido, que solo yo pude escuchar. Mi cuerpo se estremeció. El golpe no dolió. Lo que dolía era el deseo.

 

—Estás más firme de lo que imaginaba —susurró junto a mi oído—. Te tendría todo el día caminando sin bragas. Solo para verte así…

 

Solté una carcajada, entre divertida y excitada.

 

—Estás loco —dije, sin apartarme.

 

—No. Solo sé lo que quiero. Me tienes cachondo desde que te vi entrar con estos pantalones —indicó volviendo a cogerme una nalga, apretándola con tanta fuerza que me hizo daño y tuve que apartarme entre risas.

 

Nos miramos. El aire entre nosotros era denso y cargado. Mi corazón latía desbocado, y no era por el alcohol. Era porque en ese instante, si él me hubiera pedido que lo siguiera al baño… lo habría hecho.

 

Mi marido volvió justo entonces. Sonriente y ajeno a nuestro juego. Hans levantó su cerveza y brindó como si nada.

 

Pero por detrás, con disimulo, sentí como sus dedos rozaron de nuevo la curva de mi culo.

 

Solo os contaré que, desde aquella noche, no me he separado ni un solo segundo de Hans, y que nos está acompañando a mi esposo y a mí en nuestros viajes, haciendo que nuestras vacaciones estén siendo... muy morbosas e inolvidables.

 

En los próximos días os contaré más. Con calma. Con detalle. No os lo perdáis. Mientras tanto, felices vacaciones a los que las estéis disfrutando, y a los que no… os mando un cariñoso beso y mucho ánimo.

Añadir comentario

Comentarios

Agus
hace 5 horas

Que pedazo de zorra eres, Olivia. Lo mis te dan viejos que jovenes... te la tiene que estar metiendo estas vacaciones doblada. Agur, zorra

Mayka
hace 5 horas

Disfruta guapa, un beso con mucho cariño y mi total admiración. Te amo

Mara
hace 5 horas

Me llamo Mara y tengo 25 años y estoy soltera aunque tengo novio desde los hace seis años. Soy infiel, por lo tanto he podido estar con hombres de todo tipo y condición. Os aseguro que el mejor amente que he tenido, es un primo lejano de mi madre que tiene ahora 74 años. LLevo con él desde hace muchos años y te puedo asegurar que es el mejor amante que me ha follado. Cada vez que me manda un sms para quedar (no tiene whatsap) se me caen las bragas al suelo y ya no puedo dormir y estoy cachonda desde el día antes. Por lo tanto puedo entender perfectamente, lo que te está pasando con hans. Ya vale del falso mito de jovencitos, que se corren al medio minuto y no saben ni ponerme cachonda

luz
hace 4 horas

Te leo y me veo. Hace dos veranos conocí a un amigo de mi padre, 68 años, jubilado del Ejército. Me bastó una mirada y su forma de cogerme la mano para saber que estaba perdida. Nadie me ha hecho temblar como él. Olivia, gracias por atreverte a contar lo que muchas vivimos en silencio. Me has hecho llorar (de gusto).

Raul Cordobes
hace 4 horas

Dios mío, Olivia, ojalá un día te cruces conmigo en un pub irlandés. Solo quiero estar cerca y verte moverte, con esa forma tuya de narrar que me deja sin aliento. Eres un peligro. Un peligro delicioso.

Anónimo desde Lisboa

Casado anónimo
hace 4 horas

Solo quiero decirte que acabo de leer el relato por tercera vez. Mi mujer está en la cocina y yo aquí, con una erección que no me cabe ni en los pantalones. No sé si darte las gracias o mandarte al infierno.

Andrea28
hace 4 horas

Te leo desde hace tiempo, pero esto ha sido otra cosa. Lo de Hans me ha tocado de verdad. Me casé joven con 20 años, y me he pasado la vida deseando algo así: un hombre que me mire como si no hiciera falta decir nada. Un maduro que sepa... Que escuche. Que mande. Olivia… gracias por contar cosas fuera de los tópicos de siempre

Sebas el Goloso
hace 4 horas

Yo solo pasaba por aquí… pero ahora me has jodido el día. Tengo la polla como una piedra desde que leí lo del azote. Eres un vicio, Olivia. Así, sin más.

TuAdmiradorNumeroUno
hace 4 horas

Te leo con una copa de vino en la mano y una mano dentro de las bragas. Así de claro. Gracias por no endulzarlo, por escribir sin pedir perdón. Te admiro profundamente.

Antxon
hace 4 horas

Hola Olivia, te conozco desde hace muchos años, tu a mi seguro que no, o por lo menos no lo creo. Calculo que te saco unos 5años. Antes te veía muchas veces cuando subías a Satutxo a ver a tu abuela... Yo vivía al lado del Carmelo. Siempre me pareciste una rubia buenorra, con un morbazo que te cagas, aunque nunca me atreví decirte nada, claro que en esa época yo no sabia que escribias ni esas cosas. ahora me gusta leerte y tengo todas tus novelas. Tu madre tambien estaba muy buena, y de tu hermana tambien me acuerdo, aunque creo recordar que era mas pequeña. muxus

Ricardo
hace 4 horas

Te aseguro que no todos los jubilados estamos para ajedrez y sopitas. Si alguna vez te cruzas con un Hans de Salamanca… puede que sea yo. Eres una mujer como las de antes. Y como las de nunca

Ana D
hace 4 horas

Me llamo Ana y tengo 21 años y vivo en Madrid. A veces me siento una puta enferma por las fantasías que tengo con hombres mayores. Me ponen a partir de los 50... y si tienen barriga mejor.
Hasta que te leo a ti, y entonces me siento menos rara. Es como si me dieras permiso a cumplir mis fantasias, Olivia. Me das alas y ganas. Muchas ganas

Toro
hace 4 horas

Golfa!

LaSofi
hace 4 horas

Mi marido ronca en el sofá. Y yo estoy aquí, mojada, imaginando que soy yo la que entra en ese bar y me rozas la espalda. Que no pares. Que me hagas tuya contra la pared del baño. Lo siento, pero tenía que decirlo.

Toñi
hace 4 horas

Qué maravilla cómo cuentas lo que muchas callamos. A mí me pasó algo parecido con un francés en un balneario... Gracias por escribir sin pudor. Te sigo.

Martin
hace 4 horas

Si tu marido no se da cuenta del tesoro que tiene, es que está ciego. Olivia, me encantaría invitarte a una Guinness y escuchar cómo sigues esa historia en voz baja, susurrándola al oído

Rebeca
hace 4 horas

No sabes lo bien que me viene que alguien como tú escriba lo que muchas pensamos cuando nos cruzamos con un hombre así. Tengo 25 años y los hombre más jovenes de 40 me parecen insulsos y crios. Me has dado más ganas que todas las revistas femeninas juntas.

Marcos
hace una hora

Leído