Un domingo en Valladolid con Carmen. «La puta del Señor Alcalde»

Publicado el 19 de julio de 2025, 15:06

Llegamos puntuales. Nos estaban esperando. La vi desde la distancia, con un vestido rojo que le realzaba las curvas y le daba un aire descaradamente sensual. Su marido la miraba como si fuera la mujer más maravillosa del mundo. Era de esos hombres que siguen enamorados después de veinte años, que hablan de su esposa con un brillo en los ojos que mezcla devoción y orgullo. Agradable, simpático, incluso entrañable. Un hombre feliz. Y completamente ajeno a lo que bullía por debajo. Le hicimos creer que Carmen y yo nos habíamos conocido en un foro literario y que yo escribía pequeños relatos. Nada de mi pseudónimo, nada de mis novelas... Solo esa pequeña mentira. Lo observé durante la comida: cómo le acariciaba la mano, cómo la miraba con devoción cuando ella hablaba. Ella, por su parte, estaba visiblemente nerviosa, pero también encantada con los comentarios que el relato había suscitado. Me lo confesó en voz baja, mientras él hablaba con Enrique sobre los fabulosos vinos de la Ribera del Duero.

 

Nos sentamos a la mesa. Ella frente a mí. No podíamos hablar con libertad ni tan siquiera tocarnos, pero sí mirarnos. Y eso hicimos. Durante las casi tres horas de comida, compartimos gestos mínimos: una lengua rozando el labio inferior. Jugamos a ese juego peligroso de decir todo sin palabras.

 

Su marido hablaba con entusiasmo —ese entusiasmo tan puro que a veces roza lo ingenuo— sobre los viñedos que tenían en el pueblo. Nos contaba que eran pequeñas parcelas familiares, herencia de sus abuelos, y que cada septiembre organizaban una vendimia con amigos, al estilo tradicional. Enrique escuchaba con interés, haciendo preguntas, mientras yo asentía con una sonrisa distraída. Yo no pensaba en uvas. Mis pensamientos estaban bajo la mesa.

 

Con un movimiento suave y ensayado, descrucé las piernas y extendí la derecha muy lentamente hacia Carmen. Ella llevaba las suyas juntas, cuidadosas, recatadas. Pero bastó el mínimo contacto —el roce de mi pie descalzo contra sus muslos— para que Carmen se sobresaltara. Fingió que no, pero yo la sentí temblar. Mantuve la presión durante unos segundos y luego, con una dulzura casi imperceptible, deslicé mi pie, muy despacio. Como si no fuera a hacerlo. Como si me lo estuviera pensando.

 

La tela de su vestido rojo subió apenas unos centímetros. Mis dedos del pie buscaron su pantorrilla, la acariciaron con la yema, con los movimientos justos, justificados por la postura. Ella no se movió. Pero sus muslos empezaron a abrirse, milímetro a milímetro, como si lo hiciera por accidente. 

 

La conversación seguía arriba, en la superficie. Su esposo hablaba de la tierra, del sol, del vino joven que les había salido el último año. Yo sonreía, asentía, y seguía empujando mi pierna, ahora completamente situada entre las suyas. Mis dedos rozaban ya el interior de su muslo. Sentía su calor. Su humedad, aún no, pero la imaginaba. Y sabía que no faltaba mucho. Ella no hablaba. Se limitaba a sonreír con una expresión fija, rígida, encantadora. Pero debajo de la mesa, su respiración se estaba acelerando. Cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos un segundo más de lo necesario tras un sorbo de vino. Su marido no se dio cuenta. Enrique tampoco. Pero yo sí. Las mujeres siempre somos más observadoras.

 

Cuando retiré la pierna —para no ser demasiado obvia, no quería exponerla al menor riesgo— ella me miró. Solo un segundo. Una mirada rápida, de esas que dicen más que un párrafo entero. Como si lamentara que hubiera retirado mi pie desnudo de entre sus piernas. Y luego volvió a mirar su copa de vino. Como si nada hubiera ocurrido. Como si no le ardieran los muslos.

 

Fue al segundo plato cuando decidí hacerlo. Antonio, locuaz y parlanchín durante toda la comida, nos contaba cómo eran las viejas barricas de roble, que guardaban en una bodega que excavó su propio abuelo. Sonreí, asentí con interés educado… y me levanté de la silla.

 

—Voy al baño un momento —anuncié, con voz suave y dulce, como si no tuviera importancia.

 

Antes de dar un paso, la miré. Clavé los ojos en los suyos, mordiéndome el labio inferior.

 

Sostuve la mirada apenas dos segundos, pero fueron suficientes. Ella parpadeó, bajó la vista y fingió seguir escuchando a su esposo, pero su cuerpo ya no estaba allí. Me giré despacio, sintiendo cada músculo al ponerse en movimiento. Caminé por el comedor con pasos lentos y marcados, el eco de mis tacones sobre la tarima resonando como una cuenta atrás. Sabía que ella venía detrás, lo intuía. Percibía que me estaba mirando el culo y las piernas, y yo acentuaba solo para Carmen el movimiento elíptico de mis caderas. 

 

Tardó exactamente ocho segundos en llegar. Los conté.  La oí abrir la puerta del baño con cuidado, casi sin hacer ruido. Me giré al verla entrar. Cerró con el pestillo. Y nos quedamos frente a frente. En silencio. Respirando. Estaba preciosa, con los labios entreabiertos y las mejillas rojas. Mantenía un brillo húmedo en los ojos. Nos miramos. Yo di un paso. Ella no se apartó. Y entonces pasó.

 

La besé.

 

Pero no fue un beso cualquiera. Fue lento al principio, como si quisiéramos saborearnos. Rozamos nuestras bocas apenas, una, dos veces, hasta que nuestros labios se entendieron, como si se reconocieran. Entonces abrí la boca y entré. La besé con hambre. Con rabia. Con un deseo que venía acumulándose desde hacía muchos días. Desde nuestras primeras conversaciones por teléfono. Le tomé la cara con ambas manos y la apreté contra la pared de azulejos. Mi lengua buscó la suya y la encontré dispuesta, rendida, jadeando. El beso se volvió sucio, desordenado. Nuestras bocas chocaban, se devoraban, se lamían sin pudor.

 

Ella me agarró del cuello, con fuerza, como si se fuera a caer.

 

Yo bajé una mano por su cintura, lenta, muy lenta, hasta llegar al final de su vestido. Lo subí apenas, y metí la mano con decisión por debajo. Encontré sus bragas sin dificultad. Estaban mojadas. Empapadas. Una indecencia.

 

—Pero bueno… —le susurré al oído—. ¿Tú vienes así de mojada a comer conmigo?

 

Una pequeña sonrisa surgió de sus labios, que en todo momento se rozaban con los míos.

 

—No lo he podido evitar —murmuró entre jadeos—. Desde que llegaste, estoy… así. No podía ni cruzar bien las piernas.

 

—Eres una guarra —le dije sin rodeos—. ¿Te has sentado delante de tu marido, empapada por mí?

 

—Sí… —gimió, casi sin voz—. Me he estado imaginando esto desde que saliste del coche.

 

Volví a besarla. Más fuerte. Le agarré la nuca y tiré de su pelo hacia atrás para abrirle el cuello. Le mordí la piel con los dientes, mientras mis dedos apretaban su sexo por encima de las bragas mojadas. Ella temblaba.

 

—Me habría encantado meterte dos dedos ahora mismo… —le susurré—. ¿Sabes eso, zorrita?

 

—Hazlo… —dijo, casi suplicando.

 

—No hay tiempo —le respondí, con la boca contra su oído—. Pero no te preocupes… esto no ha hecho más que empezar.

 

Retiré la mano, lentamente, mientras la sentía arquearse y gemir contra mi cuerpo. Le metí los dedos mojados en la boca. Y los chupó. Con los ojos cerrados. Como si fuera la última copa de una noche de fiesta.

 

Nos separamos justo cuando su respiración estaba al borde del descontrol. Las mejillas encendidas. El corazón desbocado. Le arreglé el pelo con un gesto maternal y salí del baño la primera. Ella salió después. Roja. Desordenada. Preciosa.

 

Volvimos a la mesa como si nada. Pero todo había cambiado. El deseo entre nosotras ahora era más evidente, como el de dos lobas en celo.

 

Más tarde, ya fuera, cuando su esposo fue a buscar el coche, nos quedamos unos segundos frente al nuestro: Carmen, Enrique y yo. Nos miramos con intensidad, como si quisiéramos congelar el momento. Carmen y yo nos besamos de nuevo, esta vez con más ternura que pasión. Fue un beso breve, sin caricias, pero cargado de deseo. Ella estaba tensa, lo noté en su espalda, en la rigidez de sus hombros. No por falta de ganas, sino por la cercanía de mi marido, por la exposición. Ese día era la primera vez que Carmen besaba a otra mujer, y eso —lo sé— no se olvida jamás.

 

Después se marcharon. Pero esa noche, cuando me llamó por teléfono, su voz tenía un tono nuevo: mezcla de deseo, vértigo y rendición. Estaba temblando al otro lado del auricular. Y yo también.

 

Preguntas de los lectores a Carmen que me han llegado por email o por WhatsApp.

A continuación, recuperamos algunas de las preguntas que mis lectores y lectoras han dejado tras leer el relato La puta del señor alcalde. Carmen ha accedido a ellas, como siempre en devanandiny.com sin censura de ningún tipo.

 

1. ¿Qué sentiste al día siguiente de tu aventura? ¿Culpa, satisfacción, miedo?

Sentí todo junto. Culpa, sí. Pero también una felicidad rara, como si me hubiera quitado un peso. Estaba nerviosa todo el día, con miedo a que se notara… pero por dentro me sentía viva. Y muy mojada.

 

2. ¿A día de hoy te arrepientes de lo que hiciste?

A días... Hay veces que me siento mal por mis hijas y mi esposo, por haber puesto lo nuestro en peligro. Pero cada vez siento menos arrepentimiento. Una parte de mí, incluso llega a arrepentirse de no haberlo vivido antes. De haber callado tantos años lo que me estaba muriendo por sentir.

 

  1. ¿Has vuelto a ver al alcalde desde entonces?

Sí, claro, pero nunca estando a solas. En el bar, este verano, en las piscinas del pueblo, en la calle. Nos saludamos como si nada. Pero yo sé lo que él recuerda. Y él sabe que yo también. Tan solo una vez, en el bar del pueblo, cuando yo salía del baño, me dijo que seguía usando mis bragas. Sobre todo cuando sabía que yo estaba en el pueblo. No me atreví a responder y me fui a la barra donde estaba mi esposo.

 

4. ¿Tu marido sospechó algo tras ese día?

Ni lo más mínimo. Me besó al llegar a casa y me dijo que estaba preciosa. Me dio hasta pena. Es otra de las cosas que más me ha sorprendido de mí misma, mi capacidad para poder ser infiel y simular al día siguiente como si nada hubiera pasado.

 

5. ¿Te gustaría repetir la experiencia… con él o con otra persona?

No es algo que quiera que pase ni que busque... es más como una fantasía que está atrapada en mi cabeza... Pienso en un hombre atractivo. Que sea alguien que sepa mirarme como si fuera una perra en celo y me folle como si lo necesitara él más que yo.

 

6. ¿Te ha cambiado como mujer esa noche? ¿Te sientes diferente desde entonces?

Sí. Ya no soy la misma. Me quiero más, me valoro mucho más que antes, soy más atrevida vistiendo. Me siento más conectada con el mundo y eso me gusta. Por ejemplo, ahora voy por la calle y me gusta observar con qué ojos me miran algunos hombres de los que me voy encontrando. Es como si el mundo tuviera otra luz y fuera más divertido e imprevisible.

 

7. ¿Te excita saber que otras personas han leído y fantaseado con tu historia?

Mucho. Pensar que hay tíos corriéndose con lo que me pasó… me moja solo imaginarlo. Y también me gusta cuando otras mujeres se sienten identificadas con lo que me sucedió; eso en cierta medida alivia mi conciencia. Me digo... es más normal de lo que piensas, son sentimientos que no se pueden controlar.

 

8. ¿Crees que alguna de tus amigas también ha sido infiel… sin confesarlo nunca?

Estoy segura. Hay más putas calladas de lo que parece. De mí ellas tampoco desconfiarían que lo que hice lo hice... Y a mí me pasó, ¿por qué no a ellas?

 

¿Ahora piensas en Luis cuando tienes relaciones con tu esposo?

A veces sí. Otras me invento, caras, situaciones. Me excito mucho más y me corro mejor si imagino otra polla que no sea la de él. Al principio, después de correrme, me sentía fatal, pero ahora creo que todo esto ha venido bien a nuestras relaciones sexuales. Ahora estoy más dispuesta.

 

10. La protagonista reconoce que el alcalde no era su tipo ni física ni psicológicamente. ¿Alguna vez se ha imaginado cómo sería con un hombre que, además de saber empotrarla, le gustara al menos físicamente?

Es algo que he pensado mucho, pues la verdad es que Luis nunca ha sido mi tipo, demasiado rudo y pueblerino. Físicamente tampoco es que sea nada del otro mundo. Me imagino que con un hombre más deseable todo se incrementaría. 

 

11. ¿Qué versión de ella le gusta más, la anterior o la actual?

La de ahora. Aunque tenga miedo, me gusto más desnuda, más directa y más puta. Aunque es cierto que me han venido muy bien las charlas con Deva. Para mí, conocerla ha sido una experiencia que me ha permitido crecer mucho como mujer.

 

12. ¿Le preguntaría a Carmen si alguna vez ha sentido algo por una mujer?

Después de ese beso en el baño… algo se me despertó. No sé lo que es, pero pienso mucho en su boca.

 

13. ¿Has cambiado en algo tu forma de vestir desde lo que pasó con el alcalde?

Sí. Más escote, más ropa ajustada. Más ganas de provocar. Aunque sea solo en el pasillo del supermercado. Creo que todo esto me ha convertido en una mujer más segura de su cuerpo, y esa seguridad me hace gustarme más.

 

14. ¿Ha repercutido algo en su matrimonio?

En la cama, sí. Me muevo más. Me monto yo sola. Le pido cosas. Me dice que qué me pasa… y yo me callo.

 

15. ¿Te la metió bien? ¿O solo fue el morbo del momento?

Fue algo muy diferente a lo que yo estaba acostumbrada, a lo que yo pensaba que era el sexo. Me la metió sin preguntar. Me dolió, pero me corrí como una fuente. Fue un bruto. Y eso me puso aún más cachonda.

 

16. ¿Después de esa noche, volviste a sentir algo parecido con alguien más… aunque fuera solo en fantasía?

En fantasías, muchas veces. Con alguien real, todavía no. Pero no descarto nada. Porque ahora sé que no podemos controlar nuestros impulsos. 

 

17. ¿Te besó después de correrse?

No, después de correrse se mostró muy frío y se marchó. Al principio me lo tomé algo mal. Pero Deva me ha explicado que es algo que les pasa a muchos hombres.

 

18. ¿Te la metió entera o te dolió al principio?

De golpe. Me apreté los dientes, me abrí sin querer y no quise que parara.

 

19. ¿Te reconociste en cada línea o hubo algo que te sorprendió al releerlo?

Me reconocí demasiado. Me daba vergüenza hasta leerme. Pero también me mojé leyéndome. No os podéis imaginar cuántas veces lo he leído y cuántas veces me he tocado al hacerlo. 

 

¿Te cambió como mujer? ¿A nivel de deseo, de autoestima… te sentiste distinta desde esa noche?

Me hizo sentir que todavía estoy viva. Que no soy solo madre y esposa. Que tengo coño y que quiero usarlo.

 

  1. ¿Te corriste gritando? ¿O te lo tragaste todo en silencio por miedo a que alguien oyera?

Grité bajo. Me mordí el brazo. No quería que nadie oyera… pero creo que llegué a chillar su nombre.

 

22. Ese polvo con el alcalde… ¿Fue solo físico o hubo algo más? ¿Algún gesto, una frase, una mirada que aún recuerdes?

Me agarró de la nuca y me dijo al oído: “Así me gusta, que no hables y que abras las piernas”. Se me mojaron hasta las rodillas. Hay muchas palabras y detalles que se me han quedado marcados.

 

23. ¿Te reconociste en cada línea? ¿O hubo algo que te costó leer escrito?

Me costó al principio… pero luego me lo leí tocándome.

 

24. ¿Te excitó saber que tantas personas leerían lo que te hicieron aquella noche?

Me puso a mil. Me toqué delante del ordenador pensando en eso.

 

25. ¿Tuviste miedo a quedarte embarazada?

Pues la verdad es que sí. Dejé de tomar la píldora anticonceptiva hace años por unos problemas, y mi esposo siempre ha usado la marcha atrás y el preservativo. Luis se corrió dentro sin preguntar, y los días siguientes, hasta que me bajó la regla, viví con el alma en vilo. Cuando me bajó, quedé muy tranquila.

26. Carmen… ¿Y si esta vez te lo hago yo en vez del alcalde? ¿Crees que podrías correrte igual… o aún más fuerte?

No puedo saberlo.

 

27. ¿Te corriste de verdad o es que nadie te había follado como una perra antes?

Me corrí de verdad. Y sí… nadie me había follado así. Como si fuera solo un coño para él.

 

28. ¿Te pone más que te follen sin hablar o que te digan guarradas al oído mientras te parten?

No tengo mucha experiencia, pero después de lo visto... prefiero que me hablen muy sucio. Ahora cuando me masturbo, lo imagino así. Me caliento más. 

 

29. ¿Te gusta más que te la metan despacio al principio… o que te revienten el coño de una embestida?

Un poquito de despacio para abrirme… y luego que me follen sin compasión.

 

30. ¿Te pone saber que hay tíos corriéndose con tu relato, Carmen?

Me moja. Me calienta más que un vídeo porno. Me siento deseada como nunca. Es algo que solo de pensarlo… me pone mucho.

 

31. ¿Te agarró del pelo? ¿Te escupió en la boca?

Me agarró del pelo fuerte, sí. Lo de escupirme, no. Pero me lo imagino y… sí, me pone, nunca lo había pensado. Joder, voy descubriendo cosa por cosa. 

 

32. ¿Te volvió a llamar? ¿No te dio por repetir con el alcalde aunque fuera solo una chupada o unos morreos?

No me llamó. Pero si un día vuelve a darse la oportunidad y me tira contra una pared y me baja las bragas… no voy a decir que no. No voy a provocarlo, pero si surge... 

 

33. ¿Te ha pasado que ahora, cuando te lo follas a tu marido, solo piensas en aquel polvo?

Sí. Cierro los ojos y me lo imagino a él. Y me corro más rápido.

 

34. ¿Lo viste después? ¿Pudiste saludarle como si nada? 

Lo saludé con una sonrisa. Y él me miró los labios. Lo sé. Me los lamí sin querer, o tal vez el subconsciente, qué sé yo...

 

35. ¿Sabes lo peor, Carmen? Que te entiendo. A veces no es el polvo, es que te devuelvan el cuerpo. ¿Tú sentiste que te lo devolvieron esa noche?

Sí. Esa noche volví a sentirme yo. No, madre. No esposa. No, señora que limpia. Me devolvieron el coño y las ganas de usarlo.

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Comentarios

Anónimo47
hace un día

"No sé si me pone más imaginarte con el alcalde o sabiendo que ahora fantaseas con otros hombres mientras tu marido duerme a tu lado. Gracias, Carmen, por dejarme entrar en tu cabeza y en tu coño

Dabor
hace un día

Llevo tres veces leyéndolo esta semana… Y en las tres me he corrido. Nunca un relato me había hecho sentir tanto. Te imagino mojada, empapada, en el baño. Y no sabes lo que daría por saborear esas bragas.q@cdcdcd.es

Malacitano
hace un día

Me ha tocado personalmente. Tengo una esposa parecida a ti… y ahora no dejo de pensar qué pasaría si se cruzara con un cabrón como el alcalde. O como tú, Deva

Lola Maddrid
hace un día

Carmen, me has abierto una herida. O una puerta. No sé bien cuál. Solo sé que tengo 41 años, dos hijos y hace demasiado que no me miran como mujer. No sé si podría hacerlo… pero deseo sentir lo que tú sentiste.

Águikla
hace un día

Si el alcalde no repite, yo sí. Te llevo al viñedo, te abro de piernas sobre la tierra mojada y te hago gritar mi nombre… para que luego digas que lo rural no puede ser salvaje.

Cristina Torres
hace un día

Te aplaudo, Carmen. Por decirlo, por vivirlo y por compartirlo. Y a ti, Deva, por escribir con tanta fuerza. Este relato duele y excita. Y eso no es fácil de conseguir."

Arantxa
hace un día

Hola, os escribo desde Bilbao. No te juzgo. Al revés. Te entiendo tanto que me da miedo. Me vi reflejada en cada línea. Lo he leído dos veces y me he tocado. No por morbo. Por necesidad."

PacpPaco
hace un día

Que follables sois las dos y que dura me la poneis, os iba a dar poyazos asta rebentaros a las dos

Marcos
hace un día

Hola interesante entrevista quw nos da a conocer a carmen sus ideas y evolucion como persona

Tauro89
hace un día

Carmen… si te apetece algo más joven, más bruto y con menos miramientos, escríbeme. Yo sí escupo. Y te hago gritar sin miedo.

Divorciado
hace un día

Este relato me ha dolido, porque reconozco en el marido a quien fui yo. Ciego. Buen hombre, pero sin mirada. Y tú, Carmen, solo querías que alguien te la devolviera. Lo entiendo. De verdad

Otra Carmen
hace un día

Hay más putas calladas de lo que parece. Esa frase me persigue. Porque sí, Carmen, yo también me mojé en silencio durante años. Gracias por hacer visible lo invisible