Cuidado con lo que deseas... a veces puede cumplirse.

Publicado el 13 de mayo de 2025, 22:58

Hoy te escribo desde mi cama para decirte que cada semana recibo decenas de mensajes de hombres y mujeres que me cuentan sus fantasías.

Muchas se repiten, como por ejemplo la de hombres que quieren a toda costa ser unos cornudos.


Hombres. Maridos. Novios. Esposos ejemplares en apariencia. Algunos tímidos, otros arrogantes. Todos con la misma fantasía confesada a medias, con vergüenza o con morbo desbordado: Quieren ser cornudos. Desean que sus esposas o novias les adornen la frente.

 

Me escriben sus deseos en correos cargados de culpa, de ansias, de esa mezcla perfecta entre miedo y excitación.
"Quiero ver a mi esposa follar con otro", me dicen. "Quiero que sea libre, que se entregue... que sea la puta de otro hombre".

Pero lo que muchos no entienden —o no se atreven a pensar en serio— es que cuando esas fantasías se cumplen... no siempre hay vuelta atrás.


Cuando una mujer se descubre a sí misma fuera de la jaula doméstica, fuera del rol de esposa correcta, fuera del sexo matrimonial previsible… puede que ya no quiera volver. Tenéis que tener claro que hay deseos que, una vez liberados, no se pueden encerrar de nuevo.

 

Hoy os comparto un fragmento oscuro y crudo. Del último trabajo que estoy realizando y que muy pronto, en unas semanas, publicaré. Es la historia de una esposa. Es la historia de una esposa a la que su marido le confesó y compartió la fantasía de que se acostara con otro hombre. Ella primero creyó que solo jugaba a ser infiel en la mente de su marido. Hasta que dejó de ser un juego. Hasta que ya no fue una fantasía… sino su nueva realidad. Irreversible y definitiva...

Porque sí.


Cuidado con lo que deseas,
esposo ejemplar,
porque hay fantasías
que una vez abiertas
ya no se pueden cerrar.
Cuando tu mujer descubra
cómo sabe el deseo ajeno,
puede que tú seas el único
que se quede fuera del juego.

La fantasía del cornudo.

Fernando me abrió la puerta con la llave. El olor a champú barato, a laca, a humedad... me mareó. Era sucio. Era vulgar. Y me excitaba más que cualquier habitación de hotel caro. 

 

—Pensé que no vendrías —me dijo, sin rastro de broma en la voz.

 

—Yo también lo pensé… —le respondí, mientras cerraba la puerta detrás de mí.

 

El silencio era absoluto. Solo el eco de nuestros pasos en el suelo de baldosas. Las cortinas bajadas. Las luces apagadas. Como si estuviéramos a punto de hacer algo peor que follar. Y quizás sí. Quizás lo peor no era follar. Era hablar.

 

Nos miramos. Y durante unos segundos no dijimos nada. Nos comimos con la mirada. Yo sentía el pulso en el cuello, en las muñecas, en los pezones. Estaba húmeda. Tan húmeda que casi sentía las bragas pegadas al coño.

 

—¿Qué quieres decirme, Sofía? —me preguntó, directo, como siempre.

 

No sabía cómo empezar. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí insegura. Una parte de mí quería decirle que era la primera y última vez. Que no podíamos seguir así. Que era una locura. Pero otra… La otra Sofía, la que estaba despierta ahora mismo, la que estaba mojada y hambrienta, solo quería que me empujara contra el sillón de lavado y me follara sin preguntas.

 

—No sé… —balbuceé—. No sé qué quiero decirte.

 

—Sí lo sabes. Me tomó de la cintura. Me besó el cuello. Su mano fue directa a mi culo, apretándolo como si le perteneciera de toda la vida. Y quizás sí. Quizás siempre fue suyo y yo no lo sabía.

 

—Quieres decirme que no puedes dejar de pensar en mí. Que no puedes follar a Álvaro sin pensar en mí. Que te corro dentro de la cabeza… y del coño. Sus palabras eran cuchillas en mi oído. Crueles, pero verdaderas.

 

No dije que no. No podía. Porque era verdad. Desde aquella primera vez en la cocina, no había podido volver a estar con Álvaro sin imaginar que era Fernando el que me follaba por detrás. Era sucio. Era enfermo. Y yo… Yo estaba perdida.

 

—Sí… —susurré, entregada, derrotada, caliente—. Sí, Fernando. Es así.

 

Él sonrió. Esa sonrisa de macho alfa que tanto odiaba y que tanto me mojaba. Me empujó suavemente hacia el sillón de lavado. Me hizo sentar. Yo abrí las piernas, sumisa, necesitada, temblando.

 

—Pues dímelo bien, Sofía. Dímelo mirándome a la cara. Dime que me quieres dentro. Dime que Álvaro es un cero a la izquierda.

Yo lo miré. Y lo dije. Sin pestañear. Sin culpa.

 

—Sí, Fernando. —Quiero que me folles aquí, y tienes razón, Álvaro solo es el cornudo oficial de mi vida.

 

Fernando sonrió satisfecho. No solo con ese gesto de macho que sabe que ya ganó la partida. Sino con esa sonrisa chulesca, de superioridad, de desprecio. Mostrándome directamente la inquina que él y mi esposo se tenían desde hacía años. Esa rivalidad absurda que nunca dijeron en voz alta, pero que siempre flotó en cada comida familiar, en cada mirada de desprecio mal disimulado. Álvaro nunca lo soportó. Y Fernando nunca disimuló que le encantaba provocar a Álvaro.

 

Yo… Ahora entendía que esa pelea invisible… Siempre fue por mí.

 

Se bajó la bragueta con calma, como quien sabe que tiene el as en la manga. Sin prisas. Sin nervios. Sacó esa polla que me quemaba el pensamiento cada noche. Que me ardía entre las piernas cada vez que Álvaro intentaba hacerme el amor como un marido correcto, mientras yo cerraba los ojos y solo podía imaginarla a ella… La polla de Fernando. Gorda. Larga. Perfecta. De esas que sabes que te van a hacer daño. Que te van a abrir en canal. Que te van a marcar por dentro.

 

Su glande era grueso, casi obsceno, rosado, brilloso, como si él mismo la hubiera frotado antes de llegar solo para mostrármela más grande, más amenazante, más suya. Las venas recorrían el tronco con una arrogancia imposible, como si quisieran gritarme que yo ya no era de Álvaro. Que nunca más lo sería. Que ahora me pertenecía a esa polla. A él.

 

Me sentí ridícula al verla. Ridícula y desesperada. Porque sí. Estaba tan húmeda que casi podía sentir cómo los labios de mi vagina se hinchaban. Era una locura. Era casi adictivo y enfermizo.

 

Era el deseo más puro y más intenso al mismo tiempo. Mi cuerpo reaccionaba solo. Mi mente intentaba justificarse. Pero mi coño no necesitaba justificación.

 

La miré como una perra en celo. No podía evitarlo. No podía resistirme. Mi respiración era un jadeo descontrolado. Mis muslos temblaban, apretándose solos, como si mi cuerpo supiera que esa polla era la única capaz de calmarme, de darme el castigo que merecía. Quise lamerla, adorarla, abrazarla con la boca como una esclava. Como la mujer sucia que había descubierto que era. Como la esposa que ya no se conformaba con caricias de marido correcto, con besos apagados, con penetraciones tristes.

 

Y al mismo tiempo… Sentí una rabia feroz hacia Álvaro. Una rabia que me ardía en la garganta como un vómito ácido. Por tener una polla tan vulgar y miserable que jamás podría competir con esta. Por haberme empujado, sin saberlo, a esta rendición obscena. Porque sí. Él me había llevado hasta aquí. Él me había abierto la puerta. Él había querido jugar a ser un cornudo... Y ahora lo era. Lo era de verdad. Y yo... Yo ya no necesitaba fingir. Ya no necesitaba mentirle en la cama. Ya no necesitaba imaginar que era Fernando mientras follaba con Álvaro. No. Ahora tenía la polla real delante de mí. Caliente. Gorda. Desafiante.

 

Me acerqué temblando, de rodillas, sin que él me lo pidiera. Porque ya no necesitaba órdenes. Porque era mi cuerpo el que mandaba ahora. Mi coño ardía. Mis pezones dolían de tan duros. Mi garganta se abría sola.

 

Fernando me agarró del pelo, con una fuerza que me hizo gemir. Me acercó su polla a la boca, restregándomela por los labios, por la cara, como si fuera suya. Y lo era. Yo ya era suya.

 

La olí. Me la restregué por la mejilla. La lamí despacio, saboreando cada vena, cada pliegue, cada gota de líquido que ya escapaba de la punta. Era suya. Era para mí. Y lo peor… Es que en ese momento, mientras me llenaba la boca con esa polla que me ahogaba, no pensé en mis hijas, en mi casa, en mi vida. Pensé en Álvaro. En cómo estaría en el estadio, gritando goles, mientras yo me tragaba la polla de su cuñado en la peluquería de Laura.

 

Pensé en lo patético que era. En lo miserable. Y eso… Eso me hizo correrme entera.

 

Fernando me agarró fuerte de la nuca y me la metió hasta el fondo, haciéndome toser, babear, gemir como una puta obediente. Y yo... Yo ya no era otra cosa. Solo una puta obediente. De Fernando. De su polla. De mi propio deseo creciente.

 

Me desabroché la blusa. Le mostré mis tetas, mis pezones duros, mi cuerpo tembloroso y entregado.

 

Fernando no necesitó decir mucho más. Su cuerpo ya mandaba más que cualquier palabra. Me agarró del pelo, tiró de mí hacia el sillón de lavado, como si fuera una muñeca sin voluntad, como si mi cuerpo ya le perteneciera de siempre. Y quizás fuera así.

 

Me hizo inclinarme sobre el sillón, con las manos apoyadas en la fría porcelana, el culo alzado, la blusa desabrochada, la minifalda levantada hacia arriba. Todo tan rápido. Todo tan obsceno. Todo tan perfecto.

 

El espejo estaba justo frente a mí. Grande, brillante y crudo. Me vi reflejada. El pelo desordenado, el maquillaje corrido, la boca hinchada y roja de tanta polla. Me vi a mí misma. Y no me reconocí. O tal vez sí. Tal vez esa era la verdadera Sofía. La Sofía que se había pasado la vida jugando a ser perfecta, a ser madre, esposa, mujer de bien… Y que ahora… Se veía como lo que era. Una mujer rendida. Una mujer usada. Una mujer que disfrutaba de esa degradación como nunca había disfrutado de nada.

 

Fernando me agarró fuerte de las caderas. Me la metió de un golpe. Sin avisar. Sin caricias. Sin ternura.

 

Solté un gemido ahogado, mezcla de dolor, sorpresa… y placer.

 

—¡Ah….!

 

Sentí cómo me abría, cómo me llenaba, cómo me marcaba por dentro. Era brutal. Era salvaje. Era todo lo que Álvaro nunca fue. Era lo máximo que el sexo me había ofrecido.

 

—Mírate, Sofía —me ordenó—. Mira bien en el espejo. Mírate la cara de puta que tienes ahora mismo.

 

Y lo hice. Lo peor es que lo hice. Abrí los ojos. Me miré. Me vi. Los ojos vidriosos, las mejillas rojas, el cuerpo temblando mientras él me follaba de espaldas como a una cualquiera. Como a una guarra de burdel. Como a una esposa que había dejado de serlo.

 

Fernando gemía detrás de mí, me empujaba con furia, haciéndome chocar contra la fría cerámica. Me hablaba al oído. Me decía todo lo que yo necesitaba escuchar y al mismo tiempo odiaba.

 

—Así te quería ver, Sofía. Así de guarra. Así, aceptando que ya no eres de Álvaro, que ahora eres mía. Que tu coño es mío. Que tu cuerpo solo responde a mi polla. Mírate bien… porque así vas a querer que te folle siempre.

 

Yo lloraba. No sé si de dolor, de rabia, de placer, de humillación. De puro éxtasis. Quizás de todo al mismo tiempo. Pero no paré. No me defendí. No me negué. Al contrario, me abrí más. Me empujé contra él. Pedí más. Quise más.

 

Porque esa era yo ahora. La Sofía que no quería caricias. La Sofía que no quería palabras bonitas. La Sofía que quería ser follada sin piedad. Que quería ser humillada. Que quería ver en el espejo esa cara de zorra desencajada. Me corrí gritando. Como nunca. Como nadie. Como una mujer que, por fin, dejaba de fingir.

 

Fernando no paraba. Me follaba con furia, con odio, con esa rabia contenida que venía acumulando desde hacía años. Cada embestida me hacía gemir más alto y más desesperada. Yo me miraba en el espejo, viendo cómo mis tetas se movían al ritmo de sus golpes, cómo mis mejillas estaban enrojecidas, cómo mi boca temblaba llena de babas. Era obsceno. Era asquerosamente perfecto.

 

Sentí cómo él se tensaba detrás de mí. Sus manos me apretaban las caderas como si quisiera dejarme marcas para siempre. Su respiración era un gruñido animal. Me empujaba más fuerte, más profundo. Mi coño ardía. Mi cuerpo temblaba.

 

Y entonces… Lo escuché. Lo sentí. Fernando se corría dentro de mí. Se corrió con rabia, con violencia, con una descarga brutal que me hizo gemir más fuerte, más rota, más mía… Y más suya.

 

Sentí su semen caliente llenándome, inundándome, como si fuera la marca definitiva. Como si me tatuara por dentro. Como si me sellara. Como si me convirtiera oficialmente en lo que ya era: Su puta. La esposa de su cuñado, sí. Pero suya.

 

—Eso es, Sofía… —susurró al oído mientras se corría—. Eso es lo que eres. Una esposa sumisa que necesita que la llenen otros… Así me gusta verte… Llena de mi semen.

 

Yo no dije nada. Solo solté un gemido largo, ronco, rendido, mientras sentía cómo su semen goteaba de mi interior, escurriéndose por mis muslos, manchándome, ensuciándome. Y me encantaba. Me encantaba sentirme así. Usada. Rota. Marcada.

 

Cuando se apartó, me dejó caer sobre el sillón, exhausta, sudada, con las piernas abiertas, temblando como una perra vieja. Él se subió los pantalones con calma, mirándome con esa sonrisa arrogante.

 

Yo me quedé allí. Con el coño abierto. Lleno. Desbordado. Y lo peor… Es que no sentí culpa. No sentí vergüenza. Solo sentí placer. Un placer salvaje, sucio, irremediable.

 

Porque sí. En ese momento entendí que nunca volvería a follar con Álvaro sin pensar en Fernando. Nunca volvería a corrérmela sin imaginar su semen llenándome. Nunca más sería la misma.

 

Fernando me dejó caer sobre el sillón, agotada, temblando, con las piernas abiertas, con el coño latiendo, con la cara de una mujer que ya no era la de antes. Me acarició el pelo como quien acaricia a una mascota obediente.

 

—Así me gusta, Sofía.

 

Y yo… Yo no dije nada. Solo sonreí. Con la sonrisa enrojecida y respiración rota, de quien sabe que ya no tiene remedio.

 

Porque sí. Ya no tenía remedio. Ya no era la Sofía de antes. Ahora era suya. Aunque en un rato tuviera que volver a casa.  Aunque me vistiera de esposa modelo. Aunque besara a Álvaro. Por dentro… Yo ya era solo de Fernando. Y lo sabía.

 

Deva Nandiny

 

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Comentarios

Marcos
hace 19 días

Hola amor salir de trabajar y leer este post me llena el espiritu, corazón y el deseo a niveles máximos un besazo enorme por transmitirnos esta aventura.

Gewurtz
hace 19 días

El sexo es la fuerza que mueve al mundo.
Una hembra que se entrega al placer (falsamente) prohibido y le porne los cuernos al marido es fantasia de muchos.

Muy bien descrita las sensaciones y sentimientos que atraviesan a la protagonista. Gracias por la historia.

Paquito el chocolatero
hace 19 días

La de litros y litros de leche que tienen que haber caído en ese bonito par de tetas que luces.

Gato
hace 19 días

Qué pajaza me he hecho leyéndote, y mirándote a las tetas cuando me corría. Nadie me saca tanta leche como tú

Jos
hace 19 días

Morboso, erótico, intenso, doloroso y la realidad de lo que puede pasar si se decide abrir la pareja a un estilo Cuckold/hotwire.

Enhorabuena por tus libros y con ganas de saber más de esta historia tan morbosa y cruda, un beso guapísima 😘😘😍

Fenixdibu
hace 19 días

Excitante texto.una vez mas sabes transportarme ala situación y visualizar el momento.....y sobre todo deseando hacerlo realidad

Cristian
hace 19 días

Que morbazo cuando la infidelidad ocurre entre familia, entre cuñados, y peor cuando entre los hombres hay rivalidad, eso aumenta el morbo porque la mujer se vuelve cínica, le importa más la pollota que la estabilidad mental del marido. El cornudo la orilla a serle infiel, sin saber el muy tonto que ella se entregará al hombre que él más detesta, y donde ella se entregará como nunca antes. Felicidades Deva

Carmen
hace 18 días

Hola Deva. Es la primera vez que entro en tu blog y me ha encantado, aunque ya sabía de tus andanzas en Todorelatos.

Creo que Sofía desprecia a su marido no porque carezca de una polla como la de su cuñado, o porque vaya al estadio con los amigos. Simplemente ya no le ama. Para empezar que estas iniciativas de cornudos empiezan mal desde el momento en que esas cosas no se hablan entre la pareja. Es un topicazo, pero no menos cierto, puedes follar sin amar pero no amar sin follar. Se puede ir con tu pareja a montarte un trio o un intercambio, teniendo muy claro el papel de cada uno, y que fuera de esos encuentros tiene que haber vida de pareja. En esta forma tan "civilizada" de ver la vida swinger, tiene mucho que ver la educación que se ha recibido de joven.

Jos
hace 18 días

Cierto que es duro leerlo pero no creo que no ame a su marido yo creo que es que su marido no le puede dar esa sensación de ser follada con dominación, agresivo y salvaje.
No por eso dejé de amar a su marido y necesite la complicidad y el amor que el le puede dar.

Un saludo