Rayas rojiblancas

Publicado el 30 de abril de 2025, 16:59

San Mamés ruge como siempre. El eco de los cánticos retumba más fuerte que el frío de enero, golpeándome en lo más hondo del alma. Llevo mi camiseta de colores rojiblancos, fieles a mi piel desde que era niña y venía al estadio de la mano de mi padre y mi abuelo. Hoy, al igual que entonces, la pasión me envuelve con más calor que cualquier abrigo

 

Miro a mi alrededor. Miles de gargantas entregadas, rostros encendidos, miradas clavadas en el césped. Y, sin embargo, nadie parece sospechar que entre ellas, sentada en la grada como una abonada y socia más, se esconde Deva Nandiny. Que detrás de esta bufanda y estos ojos brillantes de emoción está Olivia, sí, pero también la mujer que tantos han leído sin conocer.

 

Y a veces me pregunto... ¿Cuántos de estos cuerpos enfundados en camisetas del Athletic o de los equipos que nos visitan se han dejado llevar alguna vez por mis palabras? ¿Cuántos han acariciado su deseo entre sábanas revueltas mientras leían mis relatos y novelas, ignorando que la autora podría estar a escasos metros, celebrando el mismo gol...

 

La idea me atraviesa como un escalofrío suave. Me excita con una lentitud deliciosa, como un aliento cálido en la nuca. Hay algo en el anonimato que me empodera, en el secreto que nadie puede arrebatarme. Ellos miran el césped. Yo los observo a ellos. Y escribo mentalmente cada gesto, cada cuerpo que se tensa tras un disparo fallido, cada rostro que se echa hacia atrás con los ojos cerrados, como si perdiera algo más que un resultado.

 

Y entonces, entre el gol de Niko y el estruendo que estalla en la grada, lo noto. Una mirada. Fija. Limpia. No una que se cruza por azar, sino de las que reconocen.

 

Él no lleva bufanda. Tiene la cara marcada por el viento y los ojos clavados en los míos con una intensidad que me desnuda. Sonríe. Pero no es una sonrisa cualquiera. Es la sonrisa de quien ha leído entre líneas. De quien me ha imaginado sin ropa, sin nombre, sin miedo. Lo supe en el instante en que nuestras miradas se encontraron: no solo me ha leído. Me ha deseado. Me ha buscado. Tal vez, incluso, me haya esperado.

 

Cuando el descanso llega, la marea humana se derrama hacia los pasillos. Yo me quedo un segundo más en mi sitio, como si la fibra del asiento me anclara. Pero él no duda. Se acerca. Sus pasos son seguros, su cuerpo grande y contenido, su voz suave... tan suave que contrasta con el estruendo de alrededor.

 

—Perdona… ¿Tú escribiste Primeras experiencias? —me pregunta, tan cerca que puedo olerlo. A lluvia. A café recién hecho. A la primavera de los montes vascos y a deseo contenido.

 

Miro a mi esposo. Él me sonríe apenas. Intuye. Conoce ese brillo en mis ojos. Sabe cuánto disfruto de estos momentos que me recuerdan quién soy realmente: escritora, mujer, deseo.

 

—Así es —respondo, con esa calma que solo Deva sabe mantener—. ¿La has leído?

 

—¿Leído? —responde con una risa contenida—. La he devorado. Te sigo desde hace dos o tres años. He leído todos tus relatos y novelas… todo. Me marcaste.

 

Lo miro con una ceja en alto y dejo que la media sonrisa nazca sola en mis labios. El chico es guapo.

 

—¿La leíste con una mano… o con las dos? —intento bromear.

 

La chispa salta entre nosotros. Breve. Cargada. Él se ríe. Y yo sé que no estamos hablando solo de literatura.

 

La conversación no dura más que unos segundos, pero los suficientes para que algo se encienda. No aquí, no ahora. No entre gradas. Pero sí en algún rincón anónimo de Bilbao, donde la pasión por el fútbol se disuelve en otra clase de calor.

 

Le presento a mi esposo. Ambos se estrechan la mano con educación y un respeto que esconde más de lo que muestra. Dos caballeros. Dos hombres de pies a cabeza.

 

—Ha sido un placer conoceros —dice él, haciendo el gesto de marcharse—. Pero no quiero interrumpiros, os admiro tanto…

 

—No es molestia —le respondo con urgencia, justo antes de que se marche.

 

Él duda un instante. Luego nos mira a los dos, con una propuesta velada en los ojos.

 

—Si os apetece después del partido, me encantaría invitaros a tomar algo. Para hablar de tus libros o de lo que surja.

Mi esposo me mira. Yo asiento. La noche está lejos de terminar.

 

Le respondo que sí, antes siquiera de mirar a mi esposo. No hace falta. Sé que lo ha entendido. Él también lo ha visto. El cruce. La energía. El deseo que flota.

 

El hombre regresa a su asiento, y el partido arranca de nuevo. Pero para mí, ya no hay juego en el césped. Hay un juego más silencioso y peligroso ocurriendo entre nuestras miradas. No podemos evitarlo. Es como si cada pase, cada falta, cada rugido de la grada nos empujara un paso más cerca.

 

Después del partido, caminamos hasta un pub discreto cerca de la zona de Pozas. Nos sentamos en un rincón apartado. El ambiente es cálido, íntimo, y por primera vez podemos mirarnos sin interrupciones.

 

Mi lector se llama Javier. Es de Toledo. Está casado. Ha venido a Bilbao por unos cursos de formación de su empresa. Me cuenta que es del Athletic desde niño, igual que su padre. Por eso aprovechó la estancia en la ciudad para cumplir un sueño: ver un partido en San Mamés.

 

La conversación fluye con naturalidad. Me pregunta por mis novelas, por los personajes. Por lo que hay detrás.

 

—Me gustó mucho —dice de pronto, bajando un poco la voz—… esa en la que te follas al amigo de tu hijo.

 

No hay juicio en su tono. Solo fascinación. Y una excitación que ya no intenta esconder.

 

Mi esposo se pone de pie.

 

—Lo siento, pero tengo que dejaros, mañana tengo un vuelo temprano a Barcelona. De todas formas no quiero interrumpiros. Vosotros podeis quedaros a tomar otra copa. No quiero ser un aguafiestas. 

 

Me besa en los labios con ternura. Pero yo sé que no hay ningún vuelo a Barcelona ni nada parecido al día siguiente. Se marcha porque ha visto interés en mis ojos y siente el mismo deseo que yo. Y sabe que, si él se va, será más fácil que lo que tenga que pasar… pase.

 

Nos quedamos solos. Javier no se anda con rodeos. Ya no. Mi esposo siempre intimida bastante.

 

—¿Tienes hijos de verdad? —pregunta con una media sonrisa traviesa—. ¿Qué sentiste al escribir Mi madre es una MILF?

 

Cinco minutos después, sus labios ya están sobre los míos. Sus manos en mi cintura. Yo llevo unos vaqueros ajustados, y no tarda en deslizarlas hacia mis glúteos, firmes y calientes bajo la tela tensa de los pantalones.

 

—No sabes la de fantasías que he tenido con este culo —murmura, apretándome con fuerza, como si por fin lo tuviera al alcance después de años soñando con él.

 

Mi entrepierna responde sin pedir permiso. El calor sube rápido, húmedo, intenso, imparable. No hay vuelta atrás. Estoy deseosa de hombres. Me siento perra y cachonda.

 

Me toma del brazo, sin violencia, pero con una determinación que me hace temblar. Me conduce entre la gente del pub. Nadie mira. Nadie sospecha. A nadie le imprta. Soy una más, una mujer más en una noche de fútbol y copas… hasta que cruzamos el pasillo del fondo y él abre la puerta del baño. La cierra tras nosotros.

 

Y el silencio cae como una promesa

El pestillo suena como un disparo contenido. Un clic sordo que nos separa del mundo.

 

El baño huele a cerveza derramada y a limpiador barato, pero en este momento me parece la suite de hotel de lujo. Lo único que importa es la presencia de su cuerpo delante del mío. Su espalda ancha ocupando el marco de la puerta. Sus ojos devorándome sin vergüenza.

 

Nos miramos un instante, apenas unos segundos. Él no pregunta. Yo no explico. Solo ocurre.

 

Me besa con hambre, con esa mezcla exacta de deseo y urgencia que sólo ocurre cuando la fantasía se convierte en carne. Mi espalda choca suavemente contra la pared. Sus manos, ya sin frenos, recorren mi cuerpo como si quisieran memorizarlo. Yo dejo que lo haga. Me dejo porque en ese momento ya no soy la Olivia que muchos conocen. Soy Deva. La que escribe historias con cuerpos, con jadeos, con deseos que arden más allá de las páginas.

 

Él me susurra frases que no entiendo del todo, porque están entrecortadas por el aliento. Por la necesidad. Por el climax. Mis piernas tiemblan. El tejido de mis vaqueros roza mi piel de una forma casi cruel, como si cada centímetro de tela fuera un obstáculo que nos impacienta. Sus manos me rodean los muslos. Suben. Aprietan. Me posee con la mirada antes de hacerlo con el cuerpo.

 

Y yo me dejo mirar. Dejo que me deseé. Que él se endurezca. Me dejo tocar.

 

Un ruido fuera del baño nos sacude por un instante. Risas femeninas, luego voces y pasos que se alejan. El mundo sigue. Pero aquí dentro, el tiempo se detiene. Mi respiración se mezcla con la suya. Su boca, baja por mi cuello. Siento sus dedos en la cintura de mis vaqueros, jugando con la línea entre lo permitido y lo inevitable.

 

No hay prisa. No hay pausa. Solo ese ritmo lento que tiene el deseo cuando se ha cocinado a fuego lento, cuando viene de lejos, desde una novela leída en la madrugada o una fantasía que por fin se cumple.

 

Y entonces lo miro, con los labios entreabiertos, el pulso desbocado y una certeza que me atraviesa entera:

El silencio del baño ya no pesa. Ahora flota, espeso, tibio, como si se hubiera llenado de otro tipo de humo. Mis labios todavía arden. Mis mejillas también.

 

Nos miramos sin decir nada. No hace falta. Sus dedos juegan con un mechón de mi pelo mientras respiro hondo, con la espalda aún apoyada contra la pared. Me desabrocho los vaqueros sin mucha prisa, como si el tiempo no importara. Y por un instante, lo único que escucho es mi propio corazón. Desbocado en mi sienes. Feliz. Vivo.

 

Javier me mira como si quisiera memorizarme entera. Como si dudara si hablar o quedarse en ese estado de después, donde todo ha sido dicho con el cuerpo. Me acaricia la cara con el dorso de la mano y sonríe, un poco más hombre, un poco menos lector.

 

—Esto no salia en ninguno de tus libros —murmura subiendome la camisetad del Athethic, conquistando mis grandes tetas.

 

—Todavía no —respondo riendome—. De ti depende que alguna vez lo cuente en alguna de mis novelas. Solo escribo de lo que merece la pena. El resto lo olvido.

 

Unos instantes después, todavía con la respiración agitada y vestida con la camiseta del Athletic, los zapatos de tacón y una tanga negro, compartimos un último beso, ahora dulce y pausado. Me pongo los pantalones y salimos. Nadie nos mira. Nadie pregunta.

 

El pub sigue lleno de aficionados eufóricos, como si nada hubiera pasado. Bilbao bulle como cada noche de partido. Pero yo siento que algo ha cambiado. En mí. En él. En los dos. Quizá no nos volvamos a ver. Seguramente nuestro destino no vuelva a cruzarse. Pero ese rato, ese capítulo no escrito, ya existe. Es mío. Es suyo. Es vuestro. Y eso basta.

 

Javier intenta acompañarme hasta una parada de taxis, pero me niego y me despido en el pub del pecado, dándole un último beso en los labios. Camino sola por la calle Licenciado Poza, con mi camiseta rojiblanca y las piernas aún temblorosas. Mi esposo me espera en casa. Y lo sé: cuando llegue, tendré que contárselo todo. Me mirará de reojo, quizás con una sonrisa cómplice. Él también es parte de esto. De este juego sutil, donde el deseo, el permiso y la imaginación se entrelazan.

 

Subo al taxi. El conductor pone la radio. Hablan del partido, del gol de Niko, de lo cerca que estamos de Europa. Yo miro por la ventana.

 

Y mientras la ciudad se aleja, pienso en Javier. Y pienso en la historia que acaba de empezar a escribirse sola.

 

Deva Nandiny

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Comentarios

Marcos
hace 20 horas

Hola Olivia una experiencia encantadora se leer y de vivir por tu parte como siempre llegas a los lectores con tus sentimientos y sensaciones un besazo enorme amor

Deva Nandiny
hace 6 horas

¡Marcos, corazón! Qué gusto leerte siempre… Me encanta que sientas conmigo cada palabra, cada roce, cada suspiro escondido entre líneas. Escribir es desvestirse un poco, ¿sabes? Y tú siempre sabes mirar con dulzura.
Un besazo

Gewurtz
hace 14 horas

Cuánto daría por un encuentro con una hembra divinamente ardiente como tu, querida Deva.
Una fantasía de toda la vida...

Deva Nandiny
hace 6 horas

Ay, Gewurtz… tus palabras calientan más que un sorbo de vino en la boca correcta.
¿Quién sabe? A veces, las fantasías se acercan peligrosamente a volverse reales…
Gracias por dejarte tentar, querido.
Deva

Gorka
hace 6 horas

Aunque sea de la real, sueño con empotrarte y follarte ese culazo que tienes

Deva Nandiny
hace 6 horas

Ufff, Gorka… con esa fantasía tan directa casi me haces escribir un capítulo nuevo solo para ti.
¿Empotrarme, dices? Vas a tener que ganártelo… con imaginación, claro, que aquí los cuerpos se insinúan, pero las mentes se desnudan primero 😉
Deva 💋🔥

JorgeB.G
hace 4 horas

Qué relato mas erotica,sensual y atrapante,feliz de ese hombre por ese encuentro contigo,porqué eres una mujer divina,un cuerpo de fuego
Tocar,acariciar,besar,ese cuerpo seria la gloria
Recorrer cada cm de ese cuerpo,lamer esos pechos,pasarte la lengua por esa vaguina y hacerte correr en la boca,uff un manjar me imagino