
por Deva Nandiny
Llevaba semanas imaginándolo. Cerraba los ojos mientras me masturbaba en la ducha, con los dedos entre las piernas, y ahí estaba la fantasía: ser una puta. No un juego. No algo romántico. Quería vivirlo. Que alguien me pagara por follarme. Que me tratara como a una cualquiera. Que se corriera encima como si no valiera nada… y yo, agradecida. Mojada. Sonriendo con la cara sucia y las piernas temblando.
Mi marido lo sabía. Le había contado cada detalle entre susurros, mientras me acariciaba con los ojos encendidos de morbo. Él me miraba con la polla dura y la devoción del cornudo perfecto.
—Si quieres hacerlo, hazlo. Pero no quiero que me lo escondas. Quiero verte vestida para follar, imaginarte con otro hombre dentro. Y quiero que vuelvas empapada en su semen.
Me excitaba más su permiso que cualquier prohibición. Así que lo planeamos. Busqué a alguien. No cualquiera. Quería un hombre con experiencia, con hambre. Pero que no me atrajera demasiado físicamente; lo contrario sería hacer trampas. Alguien que no preguntara, que no temiera ensuciarme. Que no tuviera que fingir que me respetaba.
Por suerte apareció Peter. Inglés, jubilado, de sesenta y pico. Refinado, culto, con ese aire de cabrón elegante. Nos conocimos por el chat de una red social. Le hablé sin rodeos. Le dije que estaba casada, que tenía dos hijos. Inventé que mi esposo tenía una deuda y que necesitaba el dinero.
Él insistió en comprarme fotos. Se las mandé con el rostro tapado. Le expliqué que temía estar expuesta en internet. Pareció entenderlo, y aun así me compró más.
—Me vuelven loco tus tetas naturales —me escribió.
No buscaba flores. Quería su polla, su rudeza, su forma de mirar como si fuera carne fresca.
—Quiero verte vestida como una zorra y oírte rogar que te la meta. Si aceptas mis reglas, te haré recordar esa noche hasta el último de tus orgasmos.
Acepté. Reservamos una habitación en el hotel donde él se alojaba. Mi marido se quedó en otra, en el mismo edificio. No iba a estar en la habitación de Peter, pero sí quería verme vestirme, verme salir, y verme regresar con las bragas en la mano y el cuerpo manchado.
Me vestí delante de él. Unos vaqueros cortísimos que dejaban medio culo fuera. Una camiseta negra de tirantes, sin sujetador. Tacones altos. Labios rojos. Pelo suelto. Perfume barato. Una puta de cualquier polígono, con ganas de tragarse una polla por dinero.
—Estás irreconocible —dijo mi marido, con la voz rota.
—Eso es lo mejor. Esta noche no soy tu mujer. Soy una guarra de alquiler.
Antes de salir, se arrodilló y me lamió el coño por encima de la tela. Me olió como quien se despide de un lugar al que sabe que volverá distinto.
Bajé al bar del hotel. Peter me esperaba con un whisky en la mano. Me miró como si ya estuviera desnuda. Me acerqué moviendo las caderas, sintiendo el roce del vaquero, lamiéndome el coño.
—¿Cuánto por toda la noche? —preguntó, sin rodeos.
—XXX —le di una cifra que aceptó sin rechistar, por un par de horas—. Tengo que regresar a casa con mi esposo. No puedo dormir fuera.
Apenas cerramos la puerta, me empujó contra la pared. Me bajó los pantalones de un tirón. Me abrió de piernas sin preguntar. Me escupió entre los muslos.
Y empezó el descontrol. Me arrancó la camiseta. Me mordió los pezones. Me agarró del pelo y me metió la lengua como si pudiera alcanzarme el alma. Me manoseó con hambre. Me dio la vuelta, me dobló contra la cama, y me metió dos dedos como quien prueba carne en el mercado.
—Estás lista —gruñó.
Cuando me penetró, gemí como una loba. Su polla era dura, gruesa, hambrienta. Me lo metió sin avisar, sin caricias, con la brutalidad de quien no tiene que pedir permiso. Sentí cómo me abría entera, cómo me empalaba con fuerza. Cada embestida me hacía crujir el alma. Grité. Le arañé. Le pedí más.
—Así te gusta, ¿verdad? Que te taladren como a una cualquiera.
—Sí, joder... fóllame como a una puta. No pares.
Me agarró del cuello. Me escupió. Me tiró del pelo. Me tomó de lado, de espaldas, con mis piernas sobre sus hombros, haciéndome crujir de placer hasta perder la noción del tiempo. Me llenó la boca. Me tapó la cara con la mano mientras me entraba sin freno. Me hizo correrme tres veces antes de acabar dentro de mí, con un rugido grave y delicioso.
Quedé tirada en la cama, con las piernas abiertas, temblando, con la piel marcada por sus dedos y su semen chorreando entre mis muslos.
Me dio un billete extra, como si no fuera parte del trato. Me vestí sin bragas. Me subí los vaqueros sin limpiarme, dejando que el calor del polvo me siguiera hasta el ascensor.
Entré en la habitación donde esperaba mi marido. Estaba en la cama, desnudo, con la polla en la mano y la mirada clavada en la puerta. Me vio llegar despeinada, con la cara ardiendo y los muslos aún húmedos.
—¿Te lo has follado? —me preguntó.
—Me ha follado él a mí. Como a una puta. Como nunca lo había hecho nadie.
Me besó. Me olió. Me lamió las piernas. Me abrió los muslos y se bebió el resto del inglés como si fuera vino caro.
Al día siguiente, me desperté con el cuerpo dolorido, el coño aún sensible, y una sonrisa perversa en los labios. Me duché despacio, como si el agua pudiera retener el sabor de lo vivido. Mi marido me miraba con una mezcla de adoración, celos y puro deseo.
Desayunamos en silencio. Él no paraba de mirarme las piernas, como si pudiera ver las marcas que Peter había dejado. Y yo, con los billetes aún doblados en el bolso, ya sabía lo que haría con el dinero.
Esa tarde me fui directa a la Gran Vía. Entré en la tienda como una señora. Elegante. Serena. Cargada de mi pequeño secreto entre las piernas.
Con el dinero que gané por dejar que me follaran como una perra, me compré un bolso de marca precioso. De esos que hacen girar cabezas. Uno más para mi colección, sí, pero este tenía historia. Estaba manchado de placer, de poder, de lujuria consentida.
Cada vez que lo cuelgo del brazo y paso por delante de un escaparate, no puedo evitar sonreír.
Porque yo sé lo que costó. Y lo bien que lo gané.
Deva Nandiny
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Comentarios
Que gozada cumplir fantasías
Hola Olivia, interesante, y genial que fuera algo consensuado y deseado por los dos, al cobrar dinero te sientes mas puta/o conozco esa sensación y al usar el dinero para comprarte algo te hace recordar mejor lo vivido y lo puta que uno puede llegar a ser besazo te mando amor
Hola Deva, la verdad es que es mi mayor fantasía desde siempre, pero jamás me he atrevido a hacerlo. Besos
Aún puedes
La carne es debil, el instinto enorme.
Que placer debe ser el gozar de un polvo contigo, cara Deva.
Yo te pagaría lo que hiciera falta para poder follarte, tú pones el precio y así cumplimos dos fantasías, la tuya y la mia
Me encantaría hacerte cumplir esa fantasía, iba a ser un cliente muy exigente, je, je, je Muchas gracias, por tu tiempo, tus novelas, tus fotos, tus regalos