
Siempre he sentido que hay algo intensamente excitante en la mirada furtiva. En ese instante en que sabes —o intuyes— que alguien te observa desde la sombra, que sus ojos recorren cada curva de tu cuerpo sin que tú hayas dado permiso.
Es una mezcla de vulnerabilidad y poder. Vulnerabilidad porque quedas expuesta, convertida en espectáculo involuntario. Poder porque, aun sin moverte, decides si prolongas el juego o lo rompes de golpe.
Recuerdo las primeras veces que sentí florecer mi vena exhibicionista. Siempre digo que, de todas mis perversiones, esta es la más acentuada. Como sabéis, cuando relato mis primeras experiencias, lo hago desde mi mayoría de edad; jamás reflejo nada anterior. Así que, en las dos anécdotas que voy a contar, yo ya tenía los dieciocho años.
En aquel tiempo sentía un placer perverso al ver cómo mi profesor de Biología me miraba con esa ansia de macho en celo, como si estuviera a punto de perder el control solo con observarme. En mi colegio era obligatorio el uso del uniforme y solo íbamos chicas —algo común en la época, en centros privados de corte religioso—. Para situaros, os diré que el uniforme consistía en un polo blanco con el escudo del colegio, zapatos marrones y una falda plisada con estampado tartán en tonos verde oscuro con líneas rojas. Como os podéis imaginar, la falda debía cubrirnos por debajo de la rodilla. Pero yo, durante las clases de Biología, poco a poco, comenzaba a subírmela… dejando al descubierto un poco más de carne.
Mi «profe» babeaba; recuerdo cómo balbuceaba sin apartar los ojos de mí, perdido entre mis muslos, intentando mantener la compostura mientras repetía que «las células constituyen los pilares fundamentales de la vida…» Era morboso ver cómo se desmoronaba, cómo luchaba por contenerse sin lograrlo. Yo lo disfrutaba con una excitación desbordante. Más aún al notar la erección hinchándose bajo sus pantalones de pitillo, dura, imposible de disimular. No negaré que aquello me empapaba las bragas, haciéndome sentir más viva y sucia que nunca. Aprovechando el recreo o el rato entre clase y clase, para ir al servicio a aliviarme. Joder… recuerdo que me ponía tan cachonda que no tardaba en correrme ni dos minutos, teniéndome que morder los labios para no gritar.
Por esa misma época también descubrí el juego de exhibirme ante Joel, un hombre de origen filipino que trabajaba en casa encargado de la jardinería y de cualquier chapuza. Papá era un hombre con ideas demasiado conservadoras, y nunca nos permitió tomar el sol en topless en la piscina. Pero un día, aprovechando que no había nadie —él estaba en el trabajo y mamá, seguramente de compras—, decidí desafiar esa norma.
Estaba tumbada en una hamaca con un bikini blanco junto a la piscina, mientras Joel podaba los setos al otro lado de la valla. Sabía perfectamente que me estaba mirando. No solo eso: se tocaba mientras lo hacía, pegado al seto. No lo dudé; me quité la parte de arriba, fingiendo que lo hacía para broncearme mejor.
Ese día crucé un umbral del que ya nunca pude regresar: el vértigo delicioso de exhibirme, la excitación provocadora de sentirme observada, devorada en silencio, convertida en objeto de deseo sin pronunciar una sola palabra. Desde entonces, esa pulsión late en mí como una llama sucia y permanente, inseparable de mi vida.
Y vosotros… ¿Qué preferís: ser unos mirones o la vulnerabilidad obscena de ser observados? Confesadlo abajo en los comentarios.
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Comentarios
Yo disfruto viéndolo todo… cuanto más prohibido, más me pone. Tu falda subida me habría vuelto loco
Soy de los que prefieren mirar… en silencio, con la polla dura en la mano. Y que tú lo sepas
Tengo 20 años y soy exhibicionista hasta la médula. Necesito que me miren, que me devoren con los ojos, que se corran al verme... Pero me suele pasar solo con conocidos, sobre todos con los padres de mis amigas, sentir que les excito me pone muy caliente, aunque nunca he llegado a nada
Soy muy miron, es algo que no puedo evitar
Lo tuyo me parece brutal. Yo me muero por mirar, por espiar sin ser descubierto. Esa mezcla de peligro y excitación me vuelve loco. Y mientras leía tu relato, juro que podía verme a mí mismo escondido tras esos setos, con la mano agitándose desesperada, devorando cada movimiento de tu cuerpo
Leyéndote me acordé de cuando iba a la universidad. Vivía en un piso compartido y mi compañero tenía una novia que siempre se duchaba con la puerta entreabierta. Yo me quedaba en el pasillo fingiendo que buscaba algo… y en realidad la miraba enjabonarse. Aquello me ponía tan duro que tenía que correrme en silencio en mi cuarto después. Fue mi primera experiencia real como voyeur
Yo soy más exhibicionista que mirón. La primera vez que lo probé fue en un viaje en tren, en un vagón casi vacío. Me metí la mano por dentro del pantalón y empecé a tocarme despacio, sabiendo que una mujer al fondo me estaba mirando. No apartó la vista en todo el trayecto. Esa mirada me dio el orgasmo más intenso de mi vida
De chaval trabajaba en un almacén y teníamos cámaras de seguridad. Una noche me quedé solo y aproveché para follar con una compañera en la oficina, justo delante de una cámara. Sabíamos que el jefe lo vería al día siguiente, y eso nos calentó aún más. Desde entonces descubrí que me excita ser observado
A mí me pone mirar. Una vez, en una fiesta, me escondí en la escalera y observé a una pareja follando en una habitación medio abierta. Lo que más me excitó no fue verlos, sino pensar que podían descubrirme en cualquier momento. Ese miedo me hizo correrme en silencio, con la mano en el bolsillo
Tengo 52 años, estoy casada y tengo dos hijos que ya viven fuera de casa, soy muy morbosa, lo malo que mi esposo es muy celoso. Soy de las que prefieren ser observadas. Este verano, aprovechando que mi esposo se quedó en el hotel a dormir la siesta, me animé a quitarme la parte de arriba del bikini. Había un grupo de chicos jóvenes casi al lado y me di cuenta de que no apartaban la vista. En vez de taparme, me me estiré y abrí un poco las piernas para que lo vieran todo. Sentí un morbo brutal
Yo siempre he sido muy puta para que me miren. Una noche, con 20 años, volví de fiesta colocada y me dio por salir en bata sin nada debajo, me abrí la bata en la terraza. El vecino de abajo estaba fumando. En vez de taparme, me senté en la barandilla con las piernas abiertas y fingí que hablaba por teléfono mientras me acariciaba. Verle quedarse paralizado, sin dejar de mirar, me hizo correrme allí mismo
A mi me pasa con los maridos de mis amigas y también con mi cuñado. Saber que los vuelvo locos cuando me pongo una buena minifalda me pone supercachonda
Nunca he contado esto, pero me pone mucho hacerlo en tu block. Hasta ahora era mi mayor secreto. Tengo 24 años y llevo con mi novio desde hace 5, lo que más me calienta es notar cómo mi suegro me mira. Al principio fingía que no me daba cuenta, pero ahora me excita jugar con eso. Cuando voy a su casa me pongo vestidos ligeros, sin sujetador, y me inclino a propósito para que se me marquen los pezones. Siento su mirada clavada, es un salido de cojones. me mojo solo de imaginar lo que estará pensando. A veces, mientras hablamos en la mesa, se que no aparta los ojos de mis piernas y yo disfruto separándolas un poco más, haciéndole desear lo que nunca debería tener. me pone cachonda hasta escribirlo
Me encanta ver ami hermana vestirse desde la puerta, ella lo sabe y deja la puerta entreabierta. Es maravillosa. Es mi mejor paja del día