Grandes Mujeres. Anaïs

Publicado el 2 de julio de 2025, 16:25

Hoy inauguro una nueva sección en mi bloc. Se llama #Grandesmujeres y nace del deseo de desmontar una idea tan vieja como injusta: esa que dice que las mujeres que amamos el sexo somos ninfómanas sin luces, esclavas de nuestros impulsos. Qué pobres los que aún creen eso… Esta serie es mi manera de rendir homenaje a mujeres reales, cultas, bellas, complejas, libres. Mujeres que brillan, piensan, gozan.

 

Todas las historias que mostraré en esta sección son auténticas. Solo cambiaré el nombre y, a veces, protegeré sus rostros con un antifaz. Pero lo demás… es carne viva.

 

Hoy os presento a Anaïs?

¿Quereis conocerla? ¿Venga no seais tímidos ni timidas y entrar? 

 

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Comenzamos con una mujer que me obsesiona y hace que se me mojen las bragas cada vez que me llama y escucho su voz. Se llama Anaïs.

 

Tiene 54 años, es francesa, y su sola presencia deja una estela de deseo flotando en el aire. Nos conocimos en una fiesta liberal hace un par de años, pero todavía recuerdo su primera mirada: descarada, afilada, como una invitación silenciosa… solo apta para quien se atreva a cruzar ciertas líneas. Esa noche, las dos lo hicimos.

 

No sabría decir en qué momento exacto nos convertimos en el centro de todo, pero cuando ella se acercó y me susurró algo en francés —una obscenidad envuelta en terciopelo—, las miradas comenzaron a girar hacia nosotras como si estuviéramos coreografiadas. Éramos las reinas del juego, las dos diosas de carne y deseo alrededor de las cuales orbitaba el resto. Nadie se atrevía a interrumpirnos, pero todos nos observaban, atentos, excitados, rendidos.

 

Anaïs brillaba. Su elegancia natural, esa mezcla de distinción europea y lujuria controlada, la volvía irresistible. A mi lado, sonreía con esa boca hecha para el pecado, mientras nuestras manos se rozaban como si el mundo entero fuera un escenario y nosotras, las únicas protagonistas de una obra erótica escrita para ser recordada.

 

Anaïs es delgada, rubia, con el cabello largo cayéndole por la espalda como una promesa que no todos merecen. Sus pechos son pequeños, sí, pero tan perfectos que parecen esculpidos por un escultor obsesivo. Invitan a ser adorados en la penumbra, a ser mordidos con devoción. Tiene los labios carnosos, piel de porcelana, y unos ojos azules que no miran: desnudan. Un brillo de pecado le arde en la mirada.

Permitidme deciros algo más: aunque su sangre es roja como la pasión, por parte de madre pertenece a la nobleza francesa. Y no es solo una anécdota de árbol genealógico —lo lleva en la piel, en el gesto, en esa forma suya de caminar como si el mundo le debiera una reverencia.

 

Ha heredado ese aire de clase, de elegancia natural, de... superioridad involuntaria, si es que existe tal cosa. No necesita alardear de nada; simplemente entra en una habitación y todo el mundo baja un poco la voz. Como si presintieran que esa mujer —rubia, ardiente y aristocrática— no está allí para entretener a nadie, sino para ser adorada. 

 

Anaïs es una brillante cirujana. De las que no tiembla, ni duda, ni necesita demostrar nada. Con las manos firmes y la mirada serena, lleva años abriendo cuerpos y cerrando heridas en uno de los hospitales más importantes de Francia. La respetan, la admiran, la temen un poco también. Y con razón. Tiene ese aire de autoridad natural que nadie se atreve a cuestionar.

 

Su marido también es médico. Especialista en cardiología. Un hombre atractivo, elegante, con ese tipo de belleza discreta que no busca ser admirada, pero que se nota. Trabajan en el mismo hospital, aunque en plantas distintas. Son una pareja envidiada: brillantes, cultos, atractivos. Nadie imagina —nadie de su circulo cercano podría imaginar— lo que ocurre cuando cruzan ciertas puertas cerradas.

 

Porque Anaïs no es solo una cirujana excelente. Es una mujer voraz. Una amante inmoral. Una aristócrata del sexo. Y él… él no solo lo sabe. Lo disfruta. Lo comparte. A veces incluso participa. Pero esa… es otra historia.

 

Aunque su cuerpo no lo aparenta, tengo que deciros que ha sido madre en cuatro ocasiones. Tuve el placer de conocer a la más pequeña de sus hijas el año pasado. Una joven rubia espectacular, de apenas diecinueve años, con ese mismo brillo travieso en la mirada que su madre exhibe con tanta naturalidad. Tan libre, tan descarada, tan deliciosamente viciosa como Anaïs… aunque con la frescura temeraria de quien todavía no conoce límites.

 

Era evidente que la manzana no había caído lejos del árbol. En ella, la lujuria no era un secreto: era un lenguaje. Uno que dominaba con una soltura que desarmaba y excitaba a partes iguales. Y aunque era joven, muy joven, tenía algo en la forma de moverse, de mirar, de reírse bajito… que te hacía pensar en cosas que no deberías pensar. «Mon caprice sucré».

Anaïs es bisexual, atrevida, delicadamente perversa. Tiene esa clase de perversión que no necesita anunciarse: se desliza en cada palabra, en cada gesto, en la forma lenta en que se cruza de piernas o te besa la mejilla un segundo más de lo socialmente permitido. Le fascina España. Dice que le excita ese cuerpo a cuerpo constante de nuestras calles, la fricción inevitable de los cuerpos, el ruido, la charla, la promesa siempre latente del deseo en cualquier esquina. Le gusta nuestra forma de vivir como si todo pudiera empezar con una mirada y terminar en una cama.

 

Desde que nos conocimos, nos hemos visitado con una regularidad que roza lo ritual. Yo pasé una semana inolvidable en su casa de xxxx. Una casa antigua, llena de historia y de sombras cómplices, con un jardín trasero donde hicimos el amor entre las lavandas, envueltas por el olor dulce del verano y el canto de los grillos. Recuerdo que me ató las muñecas con un pañuelo de seda color vino. Dijo que pertenecía a su abuela, pero que ahora era suyo. Y esa noche fue mío. Es muy exibicionista, tanto que dice no poder follar, con las persianas y las ventanas cerradas. Le encanta probocar. 

 

Esta es la segunda vez que viene a pasar unos días conmigo a España, en esta ocasión sola, hasta el fin de semana que llegue su esposo. Su guapo esposo jejeje. No ha cambiado nada. Sigue oliendo a Chanel y peligro. Tiene esa capacidad inquietante de leerme por dentro sin que yo diga una palabra.

 

Nos entendemos con una mirada. Y cuando estamos juntas… el mundo se encoge. Se vuelve una habitación cerrada, sin relojes, sin aire, sin otra ley que el instinto. Todo lo demás deja de existir. Solo queda la piel, el aliento caliente, el jadeo compartido. El olor a coño, el sabor salado en la lengua, los dedos empapados buscando, abriendo, rindiendo.

Nos volvemos glotonas, salvajes, sin pudor. Gime ella, gimo yo. Nos comemos como si no hubiera después. Y no lo hay. Solo ese ahora. Ese temblor de muslos, ese gemido mudo que se rompe en la garganta, esa boca que baja y no pregunta. Que muerde. Que manda. Cuando estamos juntas, no hay poesía. Hay carne. Y hambre.

Está acostumbrada a que sus amantes beban Moët & Chandon entre sus piernas. Literalmente. Le excita el contraste de las burbujas estallando en la lengua, el frío del champagne resbalando por su sexo, las bocas ansiosas que no saben si están adorando a una mujer o a un altar. Anaïs es así: excesiva, exquisita, insaciable.

 

Amante del lujo, sí, pero también de lo inesperado. Puede gozar de una copa de Dom Pérignon en un yate frente a Saint-Tropez… y al día siguiente reírse descalza en un parque, bebiendo kalimotxo caliente. Lo suyo no es el esnobismo: es la celebración del placer, sin filtros, sin etiquetas, sin miedo.

Tiene ese don de hacer que todo parezca elegante, incluso lo más sucio. Y lo más sucio… es lo que más la enciende.

¿Quieres conocer más de Anaïs?

Seguí leyéndome. Lo mejor, como siempre, está por venir.

 

Este jueves tenemos un plan. Uno de esos que no se improvisan. Lo llevamos rumiando desde ayer por la noche. Pero no hace falta que os cuente que ambas terminamos con dedos mojados y sonrisas sucias.

Ivan —sí, ese Ivan, el joven protagonista de Seducida por el amigo de mi hijo— es el centro de la perversión. Cómo sabeis, el amigo de mi hijo es mi amante. Mi adicción. Ese cuerpo joven, insolente y hambriento, que todavía no sabe lo que es el cansancio ni la culpa.

 

Pues mañana jueves tengo intención de compartirlo con Anaïs. Mejor dicho: lo vamos a devorar entre las dos. Por supuesto, él no sabe nada, Ni lo que le espera, ni cómo, ni cuándo. Solo es un peón de nuestro juego. Y eso lo vuelve aún más delicioso. Siempre es mejor así: que los hombres nunca sepan. Que no anticipen, que no dirijan. Que sean el terreno, no el mapa.

 

Estoy deseando ver la cara de Iván, atado a la cama, con los ojos vendados... mientras Anaïs lo cabalgaba y él piensa que soy yo. Puedo imaginar su expresión: los labios entreabiertos, la mandíbula tensa, la frente perlada de sudor, ese gesto entre placer y desconcierto, como si no entendiera del todo lo que está sintiendo. Como si su cuerpo fuera por delante de su mente. Y lo es. Lo habremos llevado hasta ahí. Hasta ese borde donde ya no manda él, ni su nombre, ni su edad, ni su ego de macho joven.

 

Anaïs lo cabalgará con esa maestría suya, sin apuro, sin compasión. Lo hará suyo centímetro a centímetro. Con las manos apoyadas en su pecho, el pelo suelto pegado a la piel, los muslos firmes marcando el ritmo. Y él… él se deja. Porque no puede hacer otra cosa. Gime bajo ella, gritando mi nombre, como si cada embestida le robara un pedazo de cordura. Le encanta llamarme puta.

 

Me acercaré y le quitaré lentamente la venda.

 

—Mírame —le susurraré.

 

Sus ojos, al abrirse, parpadearán, confusos. Y entonces lo verá todo: a Anaïs sobre él, con la espalda arqueada, los pezones duros brillando de sudor. La muy zorra lo cabalgará con elegancia salvaje, hundiéndose en su polla una y otra vez, como si fuera suya por derecho.

 

Me verá a mí, completamente desnuda, mirándole desde abajo, con la boca entreabierta y la lengua lista para lamerle las pelotas mientras su cuerpo se pierde dentro de ella. Le temblarán los labios. Se le escapará un gemido. Y su cara… su cara será exactamente lo que deseo ver.

 

Sorpresa. Excitación. Entrega absoluta.

 

Un hombre completamente rendido, atrapado en una fantasía que no pidió… pero que no podrá olvidar jamás.

Escrito Por Deva Nandiny

#Grandesmujeres

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Comentarios

Marcos
hace 2 días

Hola Oli encantado de saber de esta mujer y sus grandes cualidades y de lo que vais a disfrutar besos

Jaime
hace 2 días

os domaba a las dos como dos buenas putas

Maly
hace 2 días

pputo ivan lo odio

Jabi
hace 2 días

Muy vieja para mi, tengo 20, pero me follaba a la francesa, y a ti ni te cuento.....

ENT
hace 2 días

Me he tenido que hacer una paja, joder que buena esta la orra de tu amiga, manamela pa malaga que te la trato bien

Gorka
hace 2 días

No se que tienen las maduras estas, que me ponen tieso como una vela. Os iba a follar hasta rebentaros

Victor
hace 2 días

Como me gustaría poder besarle los pies, es una diosa, la idolatraria como ella se merece, me corre´ria en sus pies, son preciososssss

AnaBel
hace 2 días

Eres una diosa de las letras, deva. No sabes cuanto te admiro, Una foto del marido para nosotras, no estaria mal jejeje

Jata
hace 2 días

Gracias por compartir tus experiecias, Oli,

Te follaste tambén ala hija? una foto de la hija de la señora, please...

Geo
hace 2 días

Pues yo me he puesto cachondo con el relato y con as fotos de la francesa, esta delgadilla y casi no tiene tetas, pero esta buena que te cagas

Jacinto
hace 2 días

Pobre ivan lovasi a destrozar, sois mucha carne para tan poco pollo, tiene queser una gozada veros follar

leo
hace 2 días

Menudas dos zorras os habeis juntado.... quien fuera Iván

IsaBel
hace 2 días

Nunca había leído erotismo escrito por una mujer sin sentirme juzgada o fingida. Con Deva me sentí libre. Me vi reflejada, empapada y empoderada. Odio la litratura actual que tiene que vestir el sexo

Gil
hace un día

Menudos dos coños, dos zorras de catgoría

Vero
hace un día

No sabes cuanto me alegro que hayas abierto esta sección, es cierto que a las mujeres que nos gusta el sexo, los hombres suelen creer que solo vivimos para le sexo y que estamos enfermas. Un beso, te adoro

Elvira
hace un día

Entre zorras nos entendemos. Al igual que tú soy una mujer casada y con familia, que a los 45 años me sigue interesando mucho el sexo, soy infiel y no puedo evitarlo, pues me gustan los hombres a rabiar. Todos, jovencitos, de mi edad... MI mejor amiga, Miriam, con la que iba ya al colegio, es igual que yo... Y la prima de mi amiga, Rosa, con la que solemos salir algunos sabados, también es una cachonda... por eso digo que entre zorras nos entendemos. Muchas gracias por tus novelas, soy una apasionada lectora tuya. Besos tiernos

Gewurtz
hace un día

Una serie de hembras del placer,
Carnales, sensuales, poderosas,
En la cama verdaderas diosas,
A quienes satisfacer es un deber.

Pablo
hace un día

Que tal.
Con tu mala costumbre de dejarme con ganas de más ..... siempre más.
Exquisita descripción del deseo convertido en lujuria,y lo prohibido en dos hembras sin culpas.
Un gran beso querida Olivia.